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Alonso T Jones -La Autocracia

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Mensaje por Admin Lun Mayo 24, 2010 12:13 pm

En la naturaleza de las cosas no hay un lugar para el dominio de otros en la vida y asuntos del alma del hombre individual. Este es peculiar y particularmente el reino de Dios solo, quien creó al hombre a su imagen y para su propia gloria, que creó a cada persona individual y personalmente res-ponsable y semejante a El solo.
Sin embargo, el hombre pecador e ingobernable nunca ha querido permitirle a Dios estar en su alma individual, sino siempre ha sido ambicioso y listo para reclamar ese lugar para sí, y se ha valido de todos los medios y artificios posibles para hacer efectiva esta exigencia. La historia en sí misma como se narra en principios generales y no en detalles, no es más que una sucesión de intentos en la más grande escala posible, para obtener el triunfo de esta arrogante solicitud del hombre indómito y pecador en lugar de Dios, para dominar la mente de los hombres. Y no hay una más grande demostración que hay un esfuerzo divino para amoldar el destino de la humanidad, que la que pudo ser dada desde el día de Abel hasta ahora, en la eterna afirmación y permanencia de esta perfecta libertad del hombre por la persona individual contra las pretensiones más sutiles y la más grande combinación de fuerza y poder que este mundo posiblemente podía ingeniar. Desde Nimrod hasta Nabucodonosor y desde Nabucodonosor hasta ahora, el curso y energía de dominio ha estado inclinado y empeñado a este asunto. Y a través de todos los tiempos, notables individuos tales como: Abraham, José, Moisés, Daniel y sus tres compañeros, Pablo, Wyckliff, Huss, Matías, Jerónimo, Lutero, Roger Williams y multitudes anónimas y sobre todo Cristo Jesús, por la fe divina se han sostenido solos con Dios, absolutamente solos, en lo que al hombre concierne, por la individualidad y en ella la libertad de la conciencia del hombre, y por la soberanía única de Dios, en el reino del alma.
El imperio de Babilonia cubrió el mundo civilizado como era entonces. Nabucodonosor fue el monarca y gobernador absoluto del imperio, “Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, dondequiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, El los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú eres aquella cabeza de oro.” Daniel 2:37-38.
En su propósito providencial Dios había hecho que todos los súbditos de todas las naciones se sometieran al rey Nabucodonosor de Babilonia. Jeremías 27: 1-13.
Por la forma y sistema de gobierno de Babilonia, la autoridad del rey fue absoluta, su palabra era la ley. En este absolutismo de soberanía el rey Nabucodonosor asumía que él era el soberano de la con-ciencia del hombre, así como de la vida religiosa y la conducta civil de quienes estaban sujetos a su po-der. Y puesto que era el gobernante de las naciones, él muy bien podía gobernar en religión, y en la re-ligión de las naciones.
En concordancia, él hizo una gran imagen de oro “cuya altura era de sesenta codos y su anchura de seis codos; la levantó en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia.” Luego convocó a todos los oficiales de todas las provincias del reino para la dedicación y adoración a esta gran imagen. Todos los oficiales que vinieron fueron reunidos delante de la imagen.
“Y el pregonero anunciaba en alta voz: mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo ins-trumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardien-do.” Y como los instrumentos de música sonaron la señal se dio que “todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado.” Daniel 3:4-7.
Pero en medio de la multitud había tres jóvenes que habían sido llevados cautivos desde Jerusalén a Babilonia, y que habían sido constituidos oficiales por el rey, “sobre los negocios de la provincia de Babilonia.” Estos ni se postraron, ni adoraron, ni prestaron atención a los actos que se estaban llevando a cabo en la ceremonia de adoración de la imagen de oro.
Esto fue notificado y acusado delante del rey. “Hay unos varones judíos, los cuales pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac, y Abed-nego; estos varones, Oh rey, no te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado.” Vers. 12.
Entonces el rey “con ira y con enojo”ordenó que los tres hombres fueran traídos delante de él. Esto fue hecho. El rey les habló personal y directamente, “Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no adoráis a mi dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado?” “Entonces el mismo rey repitió la orden que al sonido de los instrumentos de música ellos se postraran y adoraran a la estatua, y si no lo hacían, al instante serían arrojados en “un horno de fuego ardiendo.”
Pero los jóvenes resueltamente contestaron: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí, nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.” Vers. 14-18.
El asunto no fue ahora claramente entendido. El rey de los poderes del mundo personalmente había dado órdenes a los tres hombres, y había recibido de ellos la respuesta directa que no la aceptar-ían. Fue tal la conducta y las palabras que el rey en su absolutismo de poder, nunca había conocido an-tes. Por tanto surgió en él un resentimiento oficial y personal, y estaba tan lleno “con ira y con enojo” que “se mudó el aspecto de su rostro” y mandó que se calentase el horno siete veces mas de lo acos-tumbrado; y dio orden a los “hombres vigorosos que tenía en su ejército”, para que ataran a los tres jóvenes y los arrojaran en el horno de fuego ardiendo.
Así se hizo. Y los tres varones “fueron atados con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo.” Pero ahora el rey estaba más atónito que nunca. Estaba prácticamente petrificado - “espantado”- “y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego?”
Ellos confirmaron que esto era verdad; pero él exclamó, “He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses.”
Acercándose entonces Nabucodonosor a la puerta del horno de fuego ardiendo dijo: “Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid.”y “entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego, salieron de en medio del fuego. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los conse-jeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor a fuego tenían.”
“Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-Nego que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en El, y que no cumplieron el edicto del rey, y entre-garon sus cuerpos, antes que servir y adorar a otros dioses que su Dios.”
Aquí entonces está la situación: El Señor había traído a todas las naciones al sometimiento del rey de Babilonia. Mediante mensajes por medio de su propio profeta. El había ordenado a su pueblo, los judíos y a estos tres jóvenes, entre ellos, “servir al rey de Babilonia”. Sin embargo, estos tres jóvenes rehusaron servir al rey de Babilonia en las cosas que él directamente les había ordenado, y por esta negativa el Señor los tuvo en más elevada honra y los liberó.
Por lo tanto, fuera imposible demostrar en términos más claros que el Señor, al ordenar al pueblo, someterse al rey de Babilonia, en nada indicaba que debían sujetarse para servirle en asuntos de religión (conciencia).
Por la prueba intachable del proceder de los tres varones y la señal de liberación de ellos, el Señor dejó perfectamente claro al rey, que sus órdenes en este caso eran injustas. Que había demandado un servicio que no tenía derecho a exigir, que al hacerlo rey de las naciones, el Señor no lo había hecho rey en asuntos de religión en los pueblos; que al colocarlo como cabeza de todas las naciones, pueblos y lenguas, Dios no le había dado el derecho de ser cabeza en religión, ni siquiera sobre un individuo; que mientras el Señor había traído a las naciones y pueblos bajo el yugo del imperio con relación a lo político, el mismo Señor había demostrado inequívocamente al rey que no se le había dado poder de ninguna manera sobre el servicio de conciencia; que mientras, en todas las cosas entre nación y nación, y entre hombre y hombre, todos los pueblos, naciones y lenguas le había sido entregados para su servi-cio, y Dios lo había constituido rey sobre todos ellos, sin embargo, en relaciones entre el hombre y Dios, el rey nada tenía que hacer; y que en la presencia de los derechos personales, en conciencia y adoración la “palabra del rey” debía cambiar, el decreto del rey nada valía; y que en esto aún el rey del mundo no es de ningún valor, aquí solamente Dios es soberano de todo y en todo.
Y para la instrucción de todos los gobernantes, todo eso fue hecho en ese día para nuestra adver-tencia, “a quienes han alcanzado los fines de los siglos.”

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