E.J. Waggoner- Redimidos de la Maldición 1
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E.J. Waggoner- Redimidos de la Maldición 1
Redimidos de la Maldición
Tras haber aceptado el evangelio, los Gálatas estaban extraviándose en pos de falsos maestros que les presentaban "otro evangelio", una falsificación del verdadero y único, puesto que no hay más que uno en todo tiempo, y para todos los hombres.
La falsificación del evangelio se expresaba en estos términos: "Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos". Si bien en nuestros días carece de relevancia el asunto de si hay que someterse o no al rito de la circuncisión; no obstante, en relación con la salvación misma, la polémica en cuanto a si participan las obras humanas o es solamente por Cristo, está tan viva como siempre.
En lugar de atacar su error y combatirlo con poderosos argumentos, el apóstol los refiere a una experiencia que ilustra el tema sometido a discusión. En su exposición les demuestra que la salvación es solamente por la fe para todos los hombres, y de ninguna forma por las obras. De igual manera que Cristo gustó la muerte por todos, todo el que sea salvo ha de poseer la experiencia personal de la muerte, resurrección y vida de Cristo en él. Cristo en la carne, hace lo que la ley no era capaz de hacer (Gál. 2:21; Rom. 8:3 y 4). Pero el mismo hecho señalado da testimonio de la justicia de la ley. Si ésta fuera en algún respecto deficiente, Cristo no habría cumplido sus requerimientos. Cristo muestra la justicia de la ley cumpliéndola, o realizando lo que demanda la ley, no simplemente por nosotros, sino en nosotros. La gracia de Dios en Cristo atestigua sobre la majestad y santidad de la ley. No desechamos la gracia de Dios: si la justicia pudiera obtenerse por la ley, "entonces por demás murió Cristo".
Pretender que la ley puede ser abolida, que sus demandas pueden ser tenidas en poco, que se las puede pasar por alto, equivale a pretender que Cristo murió en vano. Repitámoslo: la justicia no puede obtenerse por la ley, sino solamente por la fe de Cristo. Pero el hecho de que la justicia de la ley no pueda lograrse de otra manera que no sea por la crucifixión, resurrección y vida de Cristo en nosotros, muestra la infinita grandeza y santidad de la ley.
1. ¡Oh, Gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó a vosotros, a quienes Cristo fue presentado crucificado?
Pablo escribió literalmente "¿quién os hechizó...?" (ver N.T. Interl.). "Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Como pecado de hechicería es la rebeldía, crimen de tarafim [idolatría] la contumacia" (1 Sam. 15:22 y 23, La Biblia de Jerusalén). En hebreo, dice literalmente: "El pecado de rebelión es hechicería, y la contumacia es rebelión e idolatría". ¿Por qué? Porque la rebeldía y contumacia son rechazo hacia Dios. Y aquel que rechaza a Dios se pone bajo el control de los malos espíritus. Toda idolatría es adoración al diablo. "Lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican" (1 Cor. 10:20). No hay terreno neutral. Cristo dijo: "El que no es conmigo, está contra mí" (Mat. 12:30). Es decir: la desobediencia, el rechazar al Señor, es el espíritu del anticristo. Como ya hemos visto, los hermanos Gálatas estaban apartándose de Dios. Inevitablemente, aunque quizá sin darse cuenta, estaban volviendo a la idolatría.
Una salvaguarda contra el espiritismo
El espiritismo no es más que otra forma de referirse a la antigua hechicería, o brujería. Es un fraude, pero no el tipo de fraude que muchos imaginan. Hay en él una realidad. Es un fraude, ya que pretendiendo mantener comunicación con los espíritus de los muertos, la mantiene solamente con los espíritus de los demonios, dado que "los muertos nada saben". Ser un medium espiritista es entregarse al control de los demonios.
Sólo hay una forma de protegerse de ello, y es aferrarse a la Palabra de Dios. Aquel que considera con ligereza la Palabra de Dios, está perdiendo su asociación con Dios, y se pone bajo la influencia de Satanás. Incluso hasta aquel que denuncia el espiritismo en los términos más enérgicos, si deja de aferrarse a la Palabra de Dios, antes o después será descarriado por la poderosa seducción de la falsificación de Cristo. Sólo manteniéndose firmemente por la Palabra de Dios, podrá el creyente ser guardado en la hora de la prueba que está por venir a todo el mundo (Apoc. 3:10). "El espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia" (Efe. 2:2) es el espíritu de Satanás, el espíritu del anticristo; y el evangelio de Cristo, que revela la justicia de Dios (Rom. 1:16 y 17) es la única posible salvación de él.
Cristo, crucificado ante nosotros
Cuando Pablo predicó a los Gálatas, les presentó a Cristo crucificado. Tan vívida fue la descripción, que los Gálatas pudieron realmente contemplarlo ante sus ojos como el Crucificado. No era un asunto de mera retórica por parte de Pablo, ni de imaginación por parte de ellos. Empleando a Pablo como instrumento, el Espíritu Santo los capacitó para ver a Cristo crucificado.
Al respecto, la experiencia de los Gálatas no puede ser exclusiva de ellos. La cruz de Cristo es un hecho actual. La expresión 'Ir a la cruz', no es una mera forma de expresión, sino algo que se puede cumplir literalmente.
Nadie puede conocer la realidad del evangelio hasta que vea a Cristo crucificado ante sus ojos, y hasta ver la cruz en cada parte. Podrá ser que alguien se burle, pero el hecho de que una persona ciega no vea el sol, y niegue que éste brilla, no convencerá al que lo ve y recibe su luz. Muchos hay, que podrán dar testimonio de que las palabras del apóstol, a propósito de que Cristo fue crucificado ante los ojos de los Gálatas, son más que una simple figura del lenguaje. Otros muchos han conocido esa misma experiencia. ¡Dios quiera que este estudio de la epístola pueda ser el medio de abrir los ojos a muchos más!
2. Sólo esto quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la Ley, o por haber oído con fe?
Hay una sola respuesta: por haber oído con fe. Se da el Espíritu a aquellos que creen (Juan 7:38 y 39; Efe. 1:13). Podemos también ver que los Gálatas habían recibido el Espíritu Santo. No hay otra forma en la que pueda iniciarse la vida cristiana. "Nadie puede decir: 'Jesús es el Señor', sino por el Espíritu Santo" (1 Cor. 12:3). En el principio, el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, engendrando vida y actividad en la creación, pues sin el Espíritu no hay acción, no hay vida. "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dice el Eterno Todopoderoso" (Zac. 4:6). Solamente el Espíritu de Dios puede cumplir su perfecta voluntad. Ninguna obra que el hombre pueda hacer, es capaz de traer a Dios al alma. Es tan imposible como que un muerto resucitara produciendo su propio soplo de vida. Así pues, los destinatarios de la epístola habían visto a Cristo crucificado ante sus ojos, y lo habían aceptado mediante el Espíritu. ¿Lo has visto y aceptado tú?
3. ¿Tan insensatos sois? Habiendo empezado por el Espíritu, ¿ahora vais a terminar por la carne?
"Insensatos" es decir poco. El que no tiene poder para comenzar una obra, ¡cree tener fuerzas para terminarla! Alguien incapaz de poner un pie delante del otro, o de tenerse derecho, considera que en sí mismo tiene lo necesario para ganar una carrera!
¿Quién tiene el poder para engendrarse a sí mismo? Nadie. No venimos a este mundo engendrándonos a nosotros mismos. Nacemos sin fuerzas. Por lo tanto, toda la fuerza que podamos manifestar posteriormente, tiene una procedencia externa a nosotros. Nos es dada en su totalidad. El bebé recién nacido es el representante del hombre. "Ha venido un hombre al mundo", decimos. Toda la fuerza que un hombre tiene en sí mismo, no es mayor que ese llanto del recién nacido con el que comienza su primera respiración. En realidad, hasta esa exigua fuerza le ha sido dada.
Tal sucede en el mundo espiritual. "Por su voluntad él nos engendró por la Palabra de Verdad" (Sant. 1:18). No podemos vivir rectamente por nuestras propias fuerzas más de lo que podemos engendrarnos a nosotros mismos. La obra que el Espíritu engendró, ha de ser llevada a su plenitud por el Espíritu. "Hemos llegado a ser participantes de Cristo, si retenemos firme el principio de nuestra confianza hasta el fin" (Heb. 3:14). "El que empezó en vosotros la buena obra, la irá perfeccionando hasta el día de Jesucristo" (Fil. 1:6). Solamente Él puede hacerlo.
4. ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? Si es que realmente fue en vano.
5. Aquel que os suministra el Espíritu, y realiza maravillas entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la Ley, o porque oís con fe?
Esas preguntas muestran que la experiencia de los hermanos de Galacia había sido tan profunda y genuina como podía esperarse de alguien ante cuyos ojos haya sido presentado Cristo crucificado. Se les había dado el Espíritu, se habían efectuado milagros entre ellos, e incluso por ellos mismos, puesto que los dones del Espíritu acompañan al don del Espíritu. Y como resultado de ese evangelio vibrante que habían vivido, sufrieron persecución, ya que "todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos" (2 Tim. 3:12). Eso aumenta la gravedad de la situación. Habiendo participado de los sufrimientos de Cristo, estaban ahora alejándose de Él. Y ese apartarse de Cristo, único por cuyo medio puede venir la justicia, se caracterizaba por la desobediencia a la ley de la verdad. De forma inconsciente, pero inevitable, estaban transgrediendo aquella ley por la que esperaban ser salvos.
6. Abrahán creyó a Dios, y le fue contado por justicia.
Las preguntas enunciadas en los versículos tres al cinco llevan implícita la respuesta. Les fue ministrado el Espíritu, y se produjeron milagros, no por las obras de la ley, sino por oír con fe; es decir, por la obediencia a la fe, puesto que la fe viene por el oír la Palabra de Dios (Rom. 10:17). La labor de Pablo, y la experiencia temprana de los Gálatas, estaban en plena armonía con la experiencia de Abrahán, a quien se le contó la fe por justicia. Es conveniente recordar que los "falsos hermanos" que predicaban "otro evangelio", el falso evangelio de la justicia por las obras, eran judíos, y evocaban a Abrahán por padre. Se enorgullecían por ser "hijos" de Abrahán, y señalaban su circuncisión como prueba de ello. Pero aquello precisamente sobre lo que sustentaban su pretensión de ser hijos de Abrahán, probaba que no lo eran, ya que "Abrahán creyó a Dios, y le fue contado por justicia". Abrahán tuvo la justicia de la fe antes de ser circuncidado (Rom. 4:11). "Por tanto, sabed que los que son de la fe, esos son hijos de Abrahán" (Gál. 3:7). Abrahán no fue justificado por las obras (Rom. 4:2 y 3), sino que su fe obró justicia.
Hoy subsiste idéntico problema. Se confunde la señal con la sustancia, el fin con los medios. Puesto que la justicia se materializa en buenas obras, se asume –falsamente– que las buenas obras producen la justicia. A los que así piensan, la justicia que viene por la fe, las buenas obras que no vienen de "obrar", les parecen carentes de realidad y sentido práctico. Se tienen por personas "prácticas" y creen que la única forma de lograr que se haga algo, es haciéndolo. Sin embargo, la verdad es que los tales son rematadamente imprácticos. Alguien que carece absolutamente de fuerza es incapaz de hacer nada, ni siquiera de levantarse para tomar la medicina que se le ofrece. Cualquier consejo que se le de a fin de que procure hacerlo, resultará vano. Sólo en el Señor está el poder y la justicia (Isa. 45:24). "Encomienda al Eterno tu camino, confía en él, y él obrará" (Sal. 37:5). Abrahán es el padre de todos los que creen para justicia, y solamente de ellos. Lo único verdaderamente práctico es creer, tal como él hizo.
7. Por tanto, sabed que los que son de la fe, esos son hijos de Abrahán.
8. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles, por la fe, de antemano anunció el evangelio a Abrahán, al decirle: "Por medio de ti serán benditas todas las naciones".
Estos versículos merecen una lectura detenida. Su comprensión guardará de muchos errores. Y no es difícil entenderlos; basta con atenerse a lo que dicen, ¡eso es todo!
(a) Afirman que el evangelio fue predicado, al menos, tan pronto como en los días de Abrahán.
(b) Fue Dios mismo quien lo predicó. Por lo tanto, se trata del verdadero y único evangelio.
(c) Se trataba del mismo evangelio que Pablo predicó. Por lo tanto, no hay otro evangelio diferente del que poseyó Abrahán.
(d) El evangelio no es hoy en ningún particular diferente del que existió en los días de Abrahán.
Dios requiere hoy lo mismo que entonces, y nada más que eso.
Aún hay más: el evangelio fue entonces predicado a los gentiles, puesto que Abrahán era gentil, o lo que es lo mismo, pagano. Recibió el llamado siendo pagano, puesto que "Taré, padre de Abrahán y Nacor, ... servían a otros dioses" (Jos. 24:2), y fue un pagano hasta serle predicado el evangelio. Así, la predicación del evangelio a los gentiles no fue un fenómeno inédito en los días de Pedro y de Pablo. La nación judía fue tomada de entre los gentiles, y es solamente en virtud de la predicación del evangelio a los gentiles como Israel tiene existencia y salvación (Hechos 15:14-18; Rom. 11:25 y 26). La existencia misma del pueblo de Israel era y sigue siendo una prueba del propósito de Dios de salvar a personas, de entre los gentiles. Es en cumplimiento de ese propósito que Israel existe.
Vemos pues que el apóstol lleva a los gentiles, y nos lleva a nosotros, de vuelta a los orígenes, allí donde Dios mismo nos predica el evangelio a nosotros, "gentiles". Ningún gentil puede esperar ser salvo de otra forma, o por otro evangelio diferente de aquel por el que Abrahán fue salvo.
9. Así, los que viven por la fe son benditos con el creyente Abrahán.
10. Porque todos los que dependen de las obras de la Ley, están bajo maldición, porque escrito está: "Maldito todo aquel que no permanece en todo lo que está escrito en el libro de la Ley".
Observa la estrecha relación que guardan estos versículos con el precedente. A Abrahán le fue predicado el evangelio en estos términos: "Por medio de ti serán benditas todas las naciones". "Pagano", "gentil", y "naciones" (del versículo 8), se traducen a partir del mismo vocablo griego. Esa bendición consiste en el don de la justicia mediante Cristo, como indica Hechos 3:25 y 26: "Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios concertó con nuestros padres, cuando dijo a Abrahán: 'En tu Descendiente serán benditas todas las familias de la tierra'. Habiendo Dios resucitado a su Hijo, lo envió primero a vosotros para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad". Dado que Dios predicó el evangelio a Abrahán, diciendo: "por medio de ti serán benditas todas las naciones", los que creen resultan benditos con el creyente Abrahán. No hay otra bendición para el hombre, sea éste cual fuere, excepto la que Abrahán recibió. Y el evangelio que le fue predicado es el único para todo ser humano en la tierra. Hay salvación en el nombre de Jesús, en el que Abrahán creyó, y "en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12). En Él "tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados" (Col. 1:14). El perdón de los pecados conlleva todas las bendiciones.
Un contraste: Bajo maldición
Observa el marcado contraste expuesto en los versículos nueve y diez: "los que viven por la fe son benditos", mientras que "los que dependen de las obras de la Ley, están bajo maldición". La fe trae la bendición. Las obras de la ley traen la maldición; o mejor dicho, lo dejan a uno bajo la maldición. La maldición pesa sobre todos, ya que "el que no cree, ya es condenado, porque no creyó en el Nombre del único Hijo de Dios" (Juan 3:18). La fe revierte esa maldición.
¿Quién está bajo la maldición? "todos los que dependen de las obras de la Ley ". Fíjate que no dice que los que obedecen la ley estén bajo la maldición, lo que sería una directa contradicción de Apocalipsis 22:14: "¡Dichosos los que guardan sus Mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida, y entren por las puertas en la ciudad!". "¡Dichosos los perfectos de camino, los que andan en la Ley del Señor!" (Sal. 119:1).
Los que son de la fe, son guardadores de la ley, puesto que los que son de la fe son benditos, y los que guardan los mandamientos son también benditos. Mediante la fe, guardan los mandamientos. Pero el evangelio es contrario a la naturaleza humana: venimos a ser hacedores de la ley, no haciendo, sino creyendo. Si obrásemos para obtener justicia, estaríamos simplemente ejercitando nuestra naturaleza humana pecaminosa, lo que jamás nos acercaría a la justicia, sino que nos alejaría de ella. Por contraste, creyendo las "preciosas y grandísimas promesas", llegamos a "participar de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4), y entonces, todas nuestras obras son hechas en Dios. "Los gentiles que no buscaban la justicia, la alcanzaron, a saber, la justicia que procede de la fe; mientras que Israel, que seguía la Ley de justicia, no alcanzó la justicia. ¿Por qué? Porque no la seguían por la fe, sino por las obras. Por eso tropezaron en la piedra de tropiezo. Como está escrito: 'Pongo en Sión una piedra de tropiezo, y roca de caída. El que crea en él, nunca será avergonzado' " (Rom. 9:30-33).
¿En qué consiste la maldición?
Nadie que lea detenida y reflexivamente Gálatas 3:10 dejará de comprender que la maldición es la transgresión de la ley. La desobediencia a la ley de Dios es en sí misma la maldición, puesto que "el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte" (Rom. 5:12). El pecado encierra la muerte en su seno. Sin pecado, la muerte sería imposible, ya que "el aguijón de la muerte es el pecado" (1 Cor. 15:56). "Todos los que dependen de las obras de la Ley, están bajo maldición". ¿Por qué? ¿Será quizá la ley una maldición? En absoluto, puesto que "la Ley es santa, y el Mandamiento santo, justo y bueno" (Rom. 7:12). ¿Por qué, pues, están bajo maldición todos los que se apoyan en las obras de la ley? Porque está escrito: "Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas".
No hay que confundirse: No es maldito porque obedezca la ley, sino porque no lo hace. Así pues, es fácil ver que apoyarse en las obras de la ley no significa que uno esté cumpliendo la ley. ¡No! "Porque la inclinación de la carne es contraria a Dios, y no se sujeta a la Ley de Dios, ni tampoco puede". (Rom. 8:7). Todos están bajo la maldición, y el que piensa en librarse de ella por sus propias obras, continúa en ella. Puesto que la "maldición" consiste en no permanecer en todas las cosas que están escritas en la ley, es fácil deducir que la "bendición" significa perfecta conformidad con la ley.
Bendición y maldición
"Hoy pongo ante vosotros la bendición y la maldición. La bendición si obedecéis los Mandamientos del Eterno vuestro Dios, que os prescribo hoy. Y la maldición si no obedecéis los Mandamientos del Eterno vuestro Dios" (Deut. 11:26-28). Esa es la palabra viviente de Dios, dirigida personalmente a cada uno de nosotros. "La Ley produce ira" (Rom. 4:15), pero la ira de Dios viene solamente sobre los desobedientes (Efe. 5:6). Si creemos verdaderamente, no somos condenados, porque la fe nos pone en armonía con la ley, la vida de Dios. "El que mira atentamente en la Ley perfecta –la de la libertad– y persevera en ella, y no es oyente olvidadizo, sino cumplidor, éste será feliz [bendito] en lo que hace" (Sant. 1:25).
Buenas obras
La Biblia no desprecia las buenas obras. Al contrario, las exalta. "Palabra fiel es ésta. En estas cosas insiste con firmeza, para que los que creen en Dios, procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres" (Tito 3:8). La acusación que pesa contra los incrédulos es que niegan a Dios con los hechos: son "reprobados para toda buena obra" (Tito 1:16). Pablo exhortó a Timoteo a que mandase a los ricos de este siglo "que hagan bien, que sean ricos en buenas obras" (1 Tim. 6:17 y 18). Y el apóstol oró por todos nosotros "para que andéis como es digno del Señor, a fin de agradarle en todo, para que fructifiquéis en toda buena obra" (Col. 1:10). Más aún, se nos da la seguridad de ser "creados en Cristo Jesús para buenas obras... para que anduviésemos en ellas" (Efe. 2:10).
Él mismo preparó esas obras para nosotros; las produjo, y las concede a todo el que cree en Él (Sal. 31:19). "Esta es la obra de Dios, que creáis en Aquel a quien él envió" (Juan 6:29). Se requieren buenas obras, pero no podemos hacerlas. Solamente Aquel que es Bueno, que es Dios, puede hacerlas. Si es que en nosotros existe el más mínimo bien, se debe a la obra de Dios. Nada de lo que Dios hace es digno de desprecio. "El Dios de paz, que por la sangre del pacto eterno, resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran Pastor de las ovejas, os haga aptos en toda buena obra, para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable ante él por medio de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (Heb. 13:20 y 21).
11. Pero es claro que por la Ley ninguno se justifica ante Dios, porque "el justo vivirá por la fe".
12. La Ley no procede de la fe, pues dice: "El que hace esas cosas, vive por ellas".
¿Quiénes son los justos?
Cuando leemos la repetida declaración: "el justo vivirá por la fe", es imprescindible que comprendamos claramente qué significa el término "justo". Ser justificado por la fe es ser hecho justo por la fe. "Toda injusticia es pecado" (1 Juan 5:17, N.T. Interl.), y "el pecado es la transgresión de la Ley" (1 Juan 3:4). Por lo tanto, toda injusticia es transgresión de la ley; y por supuesto, toda justicia es obediencia a la ley. Vemos por lo tanto que el justo –el recto–, es aquel que obedece la ley, y ser justificado es ser hecho guardador de la ley.
Cómo llegar a ser justo
El fin perseguido es la práctica del bien, y la norma es la ley de Dios. "La Ley produce ira" "por cuanto todos pecaron", y "por estas cosas viene la ira de Dios sobre los desobedientes". ¿Cómo vendremos a ser hacedores de la ley, y escaparemos así de la ira, o maldición? La respuesta es: "el justo vivirá por la fe". ¡Por la fe, no por las obras, venimos a ser hacedores de la ley! "Con el corazón se cree para justicia" (Rom. 10:10). El que ningún hombre resulta justificado ante Dios por la ley, es evidente. ¿Por qué? Porque "el justo vivirá por la fe". Si la justicia viniese por las obras, entonces no vendría por la fe, "y si es por gracia, ya no es en base a las obras. Si fuera por obras, la gracia ya no sería gracia" (Rom. 11:6). "Al que obra, no se le cuenta el salario como favor, sino como deuda. En cambio, al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Rom. 4:4 y 5).
No hay excepción. No hay caminos intermedios. No dice que algunos de los justos vivirán por la fe, ni tampoco que vivirán por fe y por obras; sino simplemente: "el justo vivirá por la fe". Eso prueba que la justicia no viene por las obras procedentes de uno mismo. Todos los justos son hechos justos, y mantenidos en esa situación, solamente por fe. Eso es así debido a la sublime santidad de la ley. Más allá del alcance del hombre. Solamente el poder divino puede cumplirla. Así, recibimos al Señor Jesús por la fe, y Él vive la perfecta ley en nosotros.
La ley no procede de la fe
Es a la ley escrita –sea en un libro, o bien en tablas de piedra– a la que se refiere el texto. La ley dice simplemente: 'Haz esto'. 'No hagas aquello'. "El que hace esas cosas vive por ellas". La ley ofrece vida solamente bajo esa condición. Obras, solamente obras, es lo que la ley acepta. Poco importa el origen de las mismas, con tal que estén presentes. Pero nadie ha cumplido los requerimientos de la ley, por lo tanto, no puede haber hacedores de la ley. Es decir, no puede haber nadie cuya propia vida presente un registro de perfecta obediencia.
"El que hace esas cosas vive por ellas". ¡Pero uno tiene que estar vivo, a fin de poder hacerlas! Un muerto no puede hacer nada, y el que está muerto en "delitos y pecados" (Efe. 2:1), es incapaz de obrar justicia. Cristo es el único en quien hay vida, ya que Él es la vida, y Él es el único que cumplió y puede cumplir la justicia de la ley. Cuando no es negado y rechazado, sino reconocido y recibido, vive en nosotros toda la plenitud de su vida, de forma que ya no somos más nosotros, sino Cristo viviendo en nosotros. Entonces, su obediencia en nosotros nos hace justos. Nuestra fe nos es contada por justicia, simplemente porque esa fe se apropia del Cristo viviente. Por fe, sometemos nuestros cuerpos como templos de Dios. Cristo, la Piedra viva, habita en el corazón, que se transforma así en trono de Dios. Y así, en Cristo, la ley viviente viene a ser nuestra vida, "porque de él [del corazón] mana la vida" (Prov. 4:23).
13. Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, al hacerse maldición por nosotros, porque escrito está: "Maldito todo el que es colgado de un madero".
14. Para que en Cristo Jesús, la bendición de Abrahán llegara a los gentiles, para que por la fe recibamos la promesa del Espíritu.
Abordando el tema central
En esta epístola no hay controversia alguna sobre la ley, al respecto de si debe o no debe ser obedecida. Para nada se considera que la ley haya sido abolida, cambiada, o haya perdido su fuerza. La epístola no contiene el más leve indicio de tal cosa. El asunto a resolver no es si se debe obedecer la ley, sino cómo hay que obedecerla. Se da por sentado que la justificación –ser hecho justo– es una necesidad. La cuestión es la siguiente: ¿Viene por la fe, o por las obras? Los "falsos hermanos" estaban persuadiendo a los Gálatas de que debían ser hechos justos por sus propios esfuerzos. Pablo, mediante el Espíritu, les mostraba que todos esos esfuerzos eran vanos, y tenían por único resultado el que la maldición se ciñese aún más sobre el pecador.
La justicia por la fe en Jesucristo queda establecida para todos en todo tiempo, como la única justicia verdadera. Los falsos maestros se gloriaban en la ley, pero debido a su transgresión de la misma, traían oprobio al nombre de Dios. Pablo se gloriaba en Cristo, y mediante la justicia de la ley que así obtuvo, dio gloria al nombre de Dios.
El aguijón del pecado
La última parte del versículo 13 muestra claramente que la maldición consiste en la muerte: "Maldito todo el que es colgado de un madero". Cristo fue hecho maldición por nosotros al colgar del madero, es decir, al ser crucificado. Ahora bien, el pecado es el causante de la muerte: "el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, pues todos pecaron" (Rom. 5:12). "El aguijón de la muerte es el pecado" (1 Cor. 15:56). Así, virtualmente, el versículo 10 nos dice que "todo el que no permanece en todo lo que está escrito en el libro de la Ley" puede darse por muerto. En otras palabras, que la desobediencia equivale a la muerte.
"Cuando su mal deseo ha concebido, produce el pecado. Y el pecado, una vez cumplido, engendra muerte" (Sant. 1:15). El pecado contiene la muerte, y el hombre sin Cristo está muerto en delitos y pecados (Efe. 2:1). Poco importa si se mueve aparentando estar lleno de vida, permanecen las palabras de Cristo: "A menos que comáis la carne del Hijo del hombre, y bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Juan 6:53). "La que se entrega a los placeres, viviendo está muerta" (1 Tim. 5:6). Se trata de una muerte en vida, el "cuerpo de muerte" de Romanos 7:24. El pecado es transgresión de la ley. La paga del pecado es la muerte. Por lo tanto, la maldición consiste en esa muerte que hasta el más atractivo de los pecados esconde dentro de sí. "Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas".
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