Colin Standish-La Naturaleza Humana de Cristo, Una Re-evaluación 2
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Colin Standish-La Naturaleza Humana de Cristo, Una Re-evaluación 2
Sin inclinación al pecado.-
El primero de los cuatro grandes asuntos relacionados con la naturaleza humana de Cristo es si Cristo tenía las inclinaciones al pecado que son comunes a los seres humanos. En el artículo editorial de Ministry de Agosto del 2003 se afirma que Jesús "hizo frente a todas las tentaciones comunes a los seres humanos". Es preciso aquí considerar juntos dos textos del Nuevo Testamento: Hebreos 4:15 nos dice que Cristo "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado". Santiago 1:14 nos dice que "cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido". ¿Fue Jesús tentado como "cada uno es tentado", o no? La palabra "pasión" incluye ciertamente el deseo humano de placer, provecho y honor. ¿Acaso las tentaciones que Satanás le dirigió en el desierto no iban dirigidas a la satisfacción de esos deseos o pasiones humanas básicas?
Pero hoy se nos quiere hacer creer que Jesús no tenía el menor deseo o inclinación al orgullo, impaciencia, duda o desánimo. Si nosotros somos tentados cuando nuestras inclinaciones o deseos nos atraen a esas cosas y Jesús carecía de tales inclinaciones, entonces Jesús no fue tentado en ninguna de esas áreas en las que "cada uno es tentado".
Se suele decir que las tentaciones de Cristo lo fueron a emplear su poder divino o a abandonar su misión de salvar al hombre. Es muy cierto, pero ¿es esa razón suficiente para ignorar Hebreos 4:15? ¿Fue Jesús realmente tentado como lo somos nosotros?
Examinemos cierta evidencia inspirada. Jesús dijo: "No busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió" (Juan 5:30). ¿Por qué dijo Jesús que no buscaba su propia volun-tad? "La voluntad humana de Cristo nunca lo habría llevado al desierto de la tentación... no lo habría llevado a sufrir la humillación, burla, reproche, aflicción y muerte. Su naturaleza humana rehuía todas esas cosas tan decididamente como lo hace la nuestra" (Signs of the Times, 29 de Octubre de 1894). Si Cristo hubiera seguido los deseos naturales de su volun-tad humana habría abandonado su misión y el plan de Dios para él. En otras palabras, su voluntad humana habría desobedecido a Dios, y él estaba en necesidad de negar su propia voluntad a fin de cumplir la voluntad de su Padre. ¿No es acaso exactamente esa nuestra situación? De forma natural, nuestra voluntad y deseos están en oposición con la voluntad de Dios, y hemos de someter la complacencia de nuestra propia voluntad a fin de obedecer a Dios.
Hay un mundo de significado en este pensamiento inspirado: "Experimentando en sí mismo la fuerza de las tentaciones de Satanás" (Review and Herald, 18 de Marzo de 1875). ¿Dónde reside la fuerza de las tentaciones de Satanás? "Sus [nuestras] tentaciones más poderosas vendrán del interior, ya que debe batallar contra las inclinaciones del corazón natural" (Christ Tempted As We Are:11). Si nuestras tentaciones más fuertes se dan en nuestro batallar contra las inclinaciones del corazón natural, y si Cristo experimentó en su propio interior la fuerza de las tentaciones de Satanás, es evidente que esas inclinaciones afectaban también a Cristo. "Si tuviéramos que soportar algo que Jesús no soportó, en este detalle Satanás representaría el poder de Dios como insuficiente para nosotros. Por lo tanto, Jesús fue ‘tentado en todo punto, así como nosotros’ (Heb. 4:15). Soportó toda prueba a la cual estemos sujetos" (DTG:15-16). ¿Es el poder de Dios realmente suficiente para vencer las inclinaciones del corazón natural? Si Jesús no estuvo afectado por dichas inclinaciones, entonces las acusaciones de Satanás no habrían sido jamás respondidas, y nuestra salvación sería más que incierta.
"Las dudas asaltaron al moribundo Hijo de Dios" (1JT:226). Cristo fue tentado por sus pro-pios pensamientos a dudar –a no creer- las promesas de su Padre.
"Bendijo a niños que poseían pasiones como las de él mismo" (Signs of the Times, 9 de Abril de 1896). ¿Poseen todos los niños deseos heredados hacia el egoísmo? Cristo estuvo afectado por pasiones "como las de" ellos.
"En su humanidad, el Hijo de Dios luchó con las mismísimas terribles y aparentemente abrumadoras tentaciones que asaltan al hombre: tentaciones a complacer el apetito, a aventurarse atrevidamente donde Dios no nos conduce, y a adorar al dios de este mundo, a sacrificar una eternidad de bienaventuranza por los placeres fascinadores de esta vida" (1MS:111-112). ¿Acaso no resultamos nosotros atraídos por nuestros deseos a hacer esas mismas cosas? Lo que hace que nuestras tentaciones sean tan terribles y abrumadoras es la intensidad de nuestro deseo por ellas, y aquí se nos dice claramente que Cristo experimentó esas mismas tentaciones.
"¿Quién conoce la intensidad de las inclinaciones del corazón natural?" (5T:177). ¿Cómo las conoce Cristo? "Conoce por experiencia... dónde radica la fuerza de nuestras tentaciones" (Ministry of Healing:71). Jesús experimentó sin duda alguna la fuerza de las inclinaciones del corazón natural.
En Getsemaní sucedió que "le abandonaron su depresión y desaliento" (DTG:643). ¿No fueron sus propios pensamientos e inclinaciones naturales los que lo habían llevado al desaliento?
"Tenía la misma naturaleza que el pecador" (10ML:176). Se hace necesario responder a la pregunta: ¿Era Adán en el Edén un "pecador"? ¿Es acaso "la misma naturaleza que [tiene] el pecador" en parte como la de Adán y en parte como la nuestra? Lo cierto es que todo pecador tiene naturaleza caída y es fuertemente tentado por ella.
La diferencia entre Cristo y nosotros no consiste en ninguna exención por su parte de las in-clinaciones naturales hacia el pecado, propias de la naturaleza caída. La diferencia consiste en que jamás consintió esas inclinaciones ni las incorporó a su carácter, tal como hacemos nosotros. Las tentaciones del corazón natural fueron tan fuertes para Cristo como lo son para nosotros.
Al margen del vocabulario que prefieran usar los defensores de una supuesta naturaleza previa a la caída en Cristo, si él carecía de inclinaciones naturales a pecar, sencillamente no pudo ser tentado como nosotros, y queda así destruido uno de los mayores vínculos de Cris-to con la raza humana caída.
Herencia parcial.-
El segundo aspecto en liza, en relación con la humanidad de Cristo, es el tipo de naturaleza humana que heredó a través de María. La única forma en que Jesús pudo heredar nuestra naturaleza humana sin heredar "la pecaminosidad de nuestra herencia humana pecamino-sa", es quedando exento de algunos aspectos de la herencia humana. El Espíritu Santo habría bloqueado algunos genes, que no se transmitirían a Jesús de la forma habitual. Dicho de otro modo: las deficiencias genéticas de María habrían resultado manipuladas por el Espíritu Santo, de tal forma que pudiera pasar una herencia enteramente singular a Cristo, que sería esencialmente diferente de la que todos recibimos de nuestros padres.
Romanos 1:3 afirma que Cristo "era del linaje de David según la carne". Ahora bien, se nos pretende hacer creer que Jesús fue hecho parcialmente –pero no totalmente- del linaje de David. E. White es aún más específica: "Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal" (DTG:32).
Uno de los antecesores de Jesús fue Set, quien "así como Caín, heredó la naturaleza caída de sus padres" (PP:66). Jesús recibió por herencia lo mismo que Set. Esa es la única conclusión posible a la luz de los pasajes expuestos, y es solamente debido a la existencia de una suposición preconcebida a propósito de la naturaleza del pecado, por lo que no se acepta lisa y llanamente lo que dicen esos pasajes.
Harry Jonson, en su libro "The Humanity of the Saviour" lo expresa con precisión y claridad: "No existe la más mínima evidencia que sugiera una interrupción en la cadena de la herencia entre María y Jesús" (London, The Epworth Press, 1962, pág. 44).
Los protestantes han rechazado históricamente la doctrina de la inmaculada concepción de-bido a que no se la encuentra en la Biblia. Pero muchos adventistas enseñan hoy que en la matriz de María se obró un milagro especial, de forma que ésta no pasó a Jesús ninguna tendencia o deseo pecaminoso. Como Iglesia profesamos repudiar la doctrina de la inmacu-lada concepción, pero en su punto más crítico y sensible estamos viniendo a concordar con ella para explicar el nacimiento de Jesús. Mientras rechazamos la impecabilidad de María, y rechazamos también que María no pasara nada a Jesús por herencia, aceptamos gustosos una especie de bloqueo parcial de la línea hereditaria en lo referente a los deseos y tenden-cias. Pero eso no es en realidad más que una versión modificada y más sutil de la inmaculada concepción. ¿Podemos estar seguros de no estar adheridos a la Iglesia de Roma? Nuestra enseñanza actual predominante es una descendiente directa en la línea teológica de la inmaculada concepción.
Identificando el pecado con la naturaleza pecaminosa.-
La tercera cuestión está en el corazón de toda discusión sobre la naturaleza humana de Cristo. La posesión de una naturaleza pecaminosa, ¿lo hace a uno pecador y en necesidad de un Salvador? Si se pudiera resolver esa cuestión cesaría toda contienda acerca de la humanidad de Cristo.
El redactor-jefe de la Adventist Review, William Jonson, expresó su posición con claridad: "Algunos argumentos van y vienen sin cesar debido a que los antagonistas no llegan al fondo del problema: el tema subyacente bajo la superficie del debate... El asunto de fondo es el concepto de pecado. Los que quieren comprender más claramente la naturaleza humana de Jesús avanzarían más si dejaran de debatir acerca de si Jesús vino con la naturaleza humana anterior a la caída, o con la posterior, y dedicaran tiempo a estudiar lo que la Biblia dice acerca del pecado mismo... No sólo nuestros actos son pecaminosos; nuestra propia naturaleza está en guerra con Dios. ¿Tuvo Jesús una naturaleza tal? No. Si la hubiera tenido, él mismo habría necesitado un Salvador. No tenía... desviación alguna en su naturaleza moral que lo predispusiera a la tentación" (26 de Agosto de 1933, pág.4).
Richard Taylor lo expresó así en su libro A Right Conception of Sin: "Quien carece de la ade-cuada comprensión de lo que es el pecado, no puede tener una comprensión adecuada de ninguna otra cuestión fundamental. Eso se hace especialmente manifiesto en relación con esta teoría de la expiación y con el método divino de la redención del hombre" (Beacon Hill Press, 1945, p. 9-11).
La doctrina del pecado original, sostenida por Jonson y muchos otros en el adventismo, ter-giversa cada aspecto del evangelio y de la expiación, de forma que nada queda intacto. Se va convirtiendo gradualmente en la posición dominante entre los adventistas, incluso entre los que profesan fidelidad a la Biblia y el Espíritu de Profecía. Es una doctrina sostenida por algunos en quienes confían leales y diligentes laicos adventistas.
Una de las razones por las que el tema parece tan confuso es por falta de definiciones claras y simples. Existe una diferencia crucial entre los efectos del pecado, y el pecado mismo. Si bien los efectos del pecado tienen gran alcance y son a la postre letales, nadie atribuye culpa personal o condenación a los efectos del pecado. En contraste, el concepto de pecado va asociado a la culpabilidad, condenación, separación de Dios, juicio y muerte segunda. El foco, al considerar la justicia por la fe o la naturaleza de Cristo, debemos ponerlo en el propio pecado, más bien que en los efectos del mismo. La cuestión básica es aquí muy simple: ¿Es la naturaleza humana una parte del propio pecado, o bien es un efecto del pecado? Nuestras conclusiones a propósito de la naturaleza de Cristo vendrán condicionadas por la respuesta que demos a esa sencilla cuestión.
El decir que todos los bebés necesitan un Salvador ha venido a convertirse en una de las frases más repetidas y engañosas del pensar actual sobre la justicia por la fe. Efectivamente, un bebé necesita un Salvador, un planeta sufriente lo necesita ciertamente, los ciegos y los cojos lo necesitan muy especialmente, pero no en el sentido de un perdón personal por pecados y culpabilidad personales. Una vez más, estamos confundiendo los efectos del pecado con el pecado mismo.
Santiago 4:17 nos dice que "el que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado". Los textos más claros a propósito del pecado no dicen nada sobre una naturaleza humana inevitable, o un estado de pecado. Decir que el pecado es naturaleza es decir que estamos pecando, incluso cuando elegimos no pecar. ¿Pudiera ser que esa comprensión del pecado como algo inevitable y en continua progresión haya cauterizado de forma considerable nuestra sensibilidad al auténtico pecado (transgresión de la ley de Dios), de forma que hemos venido ahora a aceptar las transgresiones específicas como simples expresiones del gran pecado de tener una naturaleza caída? Dicho de otro modo: hemos venido a considerar el pecado como algo aceptable, como una parte normal de la vida, incluso de la vida cristiana. Hasta incluso hemos llegado a llamar "pecado" a la naturaleza caída, y "pecados" a los actos de pecado.
Isaías 59:2 nos dice que "vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios". Es el pecado lo que nos separa de Dios, lo que rompe nuestra relación con él, y no a la inversa. Sí, el pecado es realmente un estado, pero sigue a la decisión de pecar contra Dios, y continúa por tanto tiempo como el corazón siga sin arrepentirse.
Los que quieren demostrar que la naturaleza caída es el pecado en sí mismo, y no un efecto del pecado, sencillamente no lo han hecho. Ser nacidos en este mundo significa que esta-mos sujetos al hambre y la sed, fatiga y dolor, sufrimiento y muerte. Significa que el planeta en el que vivimos puede intentar nuestra destrucción. Significa ser nacido de padres pecaminosos, recibiendo una naturaleza pecaminosa, y viviendo en un entorno pecaminoso. Pero no significa ser nacido culpable de pecado, o condenado. Si bien recibimos todos los efectos del pecado -naturaleza caída incluida-, no somos automática-mente culpables de pecado.
La conclusión de que el hombre es pecador por naturaleza no procede de la Biblia ni tiene su origen en el adventismo. Sus raíces alcanzan hasta Agustín y la Iglesia Católica Romana, y ha sido transmitida en gran medida al protestantismo mediante los escritos de Lutero y Calvino. Los protestantes evangélicos se destacan hoy como defensores de esa comprensión sobre el pecado, y han hecho todo esfuerzo para que sea igualmente adoptada por el adventismo. La comprensión evangélica sobre el pecado es hoy aceptada por los círculos más elevados de la erudición adventista. Uno se pregunta cuándo comenzaremos a practicar el bautismo infantil, que es la única conclusión razonable de ese razonamiento según el cual los bebés nacen necesitados de un Salvador.
La posición evangélica sobre el pecado hace imposible seguir aceptando la posición histórica adventista de que Cristo tomó nuestra misma naturaleza pecaminosa, triunfando sobre el pecado en esa naturaleza peligrosa. Debido a la posición evangélica sobre el pecado, se nos comienza a decir que Cristo no pudo ser nuestro sustituto si tomó realmente nuestra naturaleza caída desde el nacimiento, y nos vemos obligados así a desarrollar complicadas explicaciones para permitir que Cristo participe de parte de la herencia humana, pero quedando exento de ciertos rasgos hereditarios.
Hay algo interesante a propósito de ser nacido "en pecado". En 1 Spirit of Prophecy:60 lee-mos que Set "fue nacido en pecado". Cuando E. White desarrolló más ampliamente la idea en Patriarcas y Profetas, escribió que Set, de igual forma que Caín, "heredó la naturaleza caída de sus padres" (p. 66). Ese texto paralelo muestra cuál era el significado que E. White daba a la expresión: "nacido en pecado".
El primero de los cuatro grandes asuntos relacionados con la naturaleza humana de Cristo es si Cristo tenía las inclinaciones al pecado que son comunes a los seres humanos. En el artículo editorial de Ministry de Agosto del 2003 se afirma que Jesús "hizo frente a todas las tentaciones comunes a los seres humanos". Es preciso aquí considerar juntos dos textos del Nuevo Testamento: Hebreos 4:15 nos dice que Cristo "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado". Santiago 1:14 nos dice que "cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido". ¿Fue Jesús tentado como "cada uno es tentado", o no? La palabra "pasión" incluye ciertamente el deseo humano de placer, provecho y honor. ¿Acaso las tentaciones que Satanás le dirigió en el desierto no iban dirigidas a la satisfacción de esos deseos o pasiones humanas básicas?
Pero hoy se nos quiere hacer creer que Jesús no tenía el menor deseo o inclinación al orgullo, impaciencia, duda o desánimo. Si nosotros somos tentados cuando nuestras inclinaciones o deseos nos atraen a esas cosas y Jesús carecía de tales inclinaciones, entonces Jesús no fue tentado en ninguna de esas áreas en las que "cada uno es tentado".
Se suele decir que las tentaciones de Cristo lo fueron a emplear su poder divino o a abandonar su misión de salvar al hombre. Es muy cierto, pero ¿es esa razón suficiente para ignorar Hebreos 4:15? ¿Fue Jesús realmente tentado como lo somos nosotros?
Examinemos cierta evidencia inspirada. Jesús dijo: "No busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió" (Juan 5:30). ¿Por qué dijo Jesús que no buscaba su propia volun-tad? "La voluntad humana de Cristo nunca lo habría llevado al desierto de la tentación... no lo habría llevado a sufrir la humillación, burla, reproche, aflicción y muerte. Su naturaleza humana rehuía todas esas cosas tan decididamente como lo hace la nuestra" (Signs of the Times, 29 de Octubre de 1894). Si Cristo hubiera seguido los deseos naturales de su volun-tad humana habría abandonado su misión y el plan de Dios para él. En otras palabras, su voluntad humana habría desobedecido a Dios, y él estaba en necesidad de negar su propia voluntad a fin de cumplir la voluntad de su Padre. ¿No es acaso exactamente esa nuestra situación? De forma natural, nuestra voluntad y deseos están en oposición con la voluntad de Dios, y hemos de someter la complacencia de nuestra propia voluntad a fin de obedecer a Dios.
Hay un mundo de significado en este pensamiento inspirado: "Experimentando en sí mismo la fuerza de las tentaciones de Satanás" (Review and Herald, 18 de Marzo de 1875). ¿Dónde reside la fuerza de las tentaciones de Satanás? "Sus [nuestras] tentaciones más poderosas vendrán del interior, ya que debe batallar contra las inclinaciones del corazón natural" (Christ Tempted As We Are:11). Si nuestras tentaciones más fuertes se dan en nuestro batallar contra las inclinaciones del corazón natural, y si Cristo experimentó en su propio interior la fuerza de las tentaciones de Satanás, es evidente que esas inclinaciones afectaban también a Cristo. "Si tuviéramos que soportar algo que Jesús no soportó, en este detalle Satanás representaría el poder de Dios como insuficiente para nosotros. Por lo tanto, Jesús fue ‘tentado en todo punto, así como nosotros’ (Heb. 4:15). Soportó toda prueba a la cual estemos sujetos" (DTG:15-16). ¿Es el poder de Dios realmente suficiente para vencer las inclinaciones del corazón natural? Si Jesús no estuvo afectado por dichas inclinaciones, entonces las acusaciones de Satanás no habrían sido jamás respondidas, y nuestra salvación sería más que incierta.
"Las dudas asaltaron al moribundo Hijo de Dios" (1JT:226). Cristo fue tentado por sus pro-pios pensamientos a dudar –a no creer- las promesas de su Padre.
"Bendijo a niños que poseían pasiones como las de él mismo" (Signs of the Times, 9 de Abril de 1896). ¿Poseen todos los niños deseos heredados hacia el egoísmo? Cristo estuvo afectado por pasiones "como las de" ellos.
"En su humanidad, el Hijo de Dios luchó con las mismísimas terribles y aparentemente abrumadoras tentaciones que asaltan al hombre: tentaciones a complacer el apetito, a aventurarse atrevidamente donde Dios no nos conduce, y a adorar al dios de este mundo, a sacrificar una eternidad de bienaventuranza por los placeres fascinadores de esta vida" (1MS:111-112). ¿Acaso no resultamos nosotros atraídos por nuestros deseos a hacer esas mismas cosas? Lo que hace que nuestras tentaciones sean tan terribles y abrumadoras es la intensidad de nuestro deseo por ellas, y aquí se nos dice claramente que Cristo experimentó esas mismas tentaciones.
"¿Quién conoce la intensidad de las inclinaciones del corazón natural?" (5T:177). ¿Cómo las conoce Cristo? "Conoce por experiencia... dónde radica la fuerza de nuestras tentaciones" (Ministry of Healing:71). Jesús experimentó sin duda alguna la fuerza de las inclinaciones del corazón natural.
En Getsemaní sucedió que "le abandonaron su depresión y desaliento" (DTG:643). ¿No fueron sus propios pensamientos e inclinaciones naturales los que lo habían llevado al desaliento?
"Tenía la misma naturaleza que el pecador" (10ML:176). Se hace necesario responder a la pregunta: ¿Era Adán en el Edén un "pecador"? ¿Es acaso "la misma naturaleza que [tiene] el pecador" en parte como la de Adán y en parte como la nuestra? Lo cierto es que todo pecador tiene naturaleza caída y es fuertemente tentado por ella.
La diferencia entre Cristo y nosotros no consiste en ninguna exención por su parte de las in-clinaciones naturales hacia el pecado, propias de la naturaleza caída. La diferencia consiste en que jamás consintió esas inclinaciones ni las incorporó a su carácter, tal como hacemos nosotros. Las tentaciones del corazón natural fueron tan fuertes para Cristo como lo son para nosotros.
Al margen del vocabulario que prefieran usar los defensores de una supuesta naturaleza previa a la caída en Cristo, si él carecía de inclinaciones naturales a pecar, sencillamente no pudo ser tentado como nosotros, y queda así destruido uno de los mayores vínculos de Cris-to con la raza humana caída.
Herencia parcial.-
El segundo aspecto en liza, en relación con la humanidad de Cristo, es el tipo de naturaleza humana que heredó a través de María. La única forma en que Jesús pudo heredar nuestra naturaleza humana sin heredar "la pecaminosidad de nuestra herencia humana pecamino-sa", es quedando exento de algunos aspectos de la herencia humana. El Espíritu Santo habría bloqueado algunos genes, que no se transmitirían a Jesús de la forma habitual. Dicho de otro modo: las deficiencias genéticas de María habrían resultado manipuladas por el Espíritu Santo, de tal forma que pudiera pasar una herencia enteramente singular a Cristo, que sería esencialmente diferente de la que todos recibimos de nuestros padres.
Romanos 1:3 afirma que Cristo "era del linaje de David según la carne". Ahora bien, se nos pretende hacer creer que Jesús fue hecho parcialmente –pero no totalmente- del linaje de David. E. White es aún más específica: "Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal" (DTG:32).
Uno de los antecesores de Jesús fue Set, quien "así como Caín, heredó la naturaleza caída de sus padres" (PP:66). Jesús recibió por herencia lo mismo que Set. Esa es la única conclusión posible a la luz de los pasajes expuestos, y es solamente debido a la existencia de una suposición preconcebida a propósito de la naturaleza del pecado, por lo que no se acepta lisa y llanamente lo que dicen esos pasajes.
Harry Jonson, en su libro "The Humanity of the Saviour" lo expresa con precisión y claridad: "No existe la más mínima evidencia que sugiera una interrupción en la cadena de la herencia entre María y Jesús" (London, The Epworth Press, 1962, pág. 44).
Los protestantes han rechazado históricamente la doctrina de la inmaculada concepción de-bido a que no se la encuentra en la Biblia. Pero muchos adventistas enseñan hoy que en la matriz de María se obró un milagro especial, de forma que ésta no pasó a Jesús ninguna tendencia o deseo pecaminoso. Como Iglesia profesamos repudiar la doctrina de la inmacu-lada concepción, pero en su punto más crítico y sensible estamos viniendo a concordar con ella para explicar el nacimiento de Jesús. Mientras rechazamos la impecabilidad de María, y rechazamos también que María no pasara nada a Jesús por herencia, aceptamos gustosos una especie de bloqueo parcial de la línea hereditaria en lo referente a los deseos y tenden-cias. Pero eso no es en realidad más que una versión modificada y más sutil de la inmaculada concepción. ¿Podemos estar seguros de no estar adheridos a la Iglesia de Roma? Nuestra enseñanza actual predominante es una descendiente directa en la línea teológica de la inmaculada concepción.
Identificando el pecado con la naturaleza pecaminosa.-
La tercera cuestión está en el corazón de toda discusión sobre la naturaleza humana de Cristo. La posesión de una naturaleza pecaminosa, ¿lo hace a uno pecador y en necesidad de un Salvador? Si se pudiera resolver esa cuestión cesaría toda contienda acerca de la humanidad de Cristo.
El redactor-jefe de la Adventist Review, William Jonson, expresó su posición con claridad: "Algunos argumentos van y vienen sin cesar debido a que los antagonistas no llegan al fondo del problema: el tema subyacente bajo la superficie del debate... El asunto de fondo es el concepto de pecado. Los que quieren comprender más claramente la naturaleza humana de Jesús avanzarían más si dejaran de debatir acerca de si Jesús vino con la naturaleza humana anterior a la caída, o con la posterior, y dedicaran tiempo a estudiar lo que la Biblia dice acerca del pecado mismo... No sólo nuestros actos son pecaminosos; nuestra propia naturaleza está en guerra con Dios. ¿Tuvo Jesús una naturaleza tal? No. Si la hubiera tenido, él mismo habría necesitado un Salvador. No tenía... desviación alguna en su naturaleza moral que lo predispusiera a la tentación" (26 de Agosto de 1933, pág.4).
Richard Taylor lo expresó así en su libro A Right Conception of Sin: "Quien carece de la ade-cuada comprensión de lo que es el pecado, no puede tener una comprensión adecuada de ninguna otra cuestión fundamental. Eso se hace especialmente manifiesto en relación con esta teoría de la expiación y con el método divino de la redención del hombre" (Beacon Hill Press, 1945, p. 9-11).
La doctrina del pecado original, sostenida por Jonson y muchos otros en el adventismo, ter-giversa cada aspecto del evangelio y de la expiación, de forma que nada queda intacto. Se va convirtiendo gradualmente en la posición dominante entre los adventistas, incluso entre los que profesan fidelidad a la Biblia y el Espíritu de Profecía. Es una doctrina sostenida por algunos en quienes confían leales y diligentes laicos adventistas.
Una de las razones por las que el tema parece tan confuso es por falta de definiciones claras y simples. Existe una diferencia crucial entre los efectos del pecado, y el pecado mismo. Si bien los efectos del pecado tienen gran alcance y son a la postre letales, nadie atribuye culpa personal o condenación a los efectos del pecado. En contraste, el concepto de pecado va asociado a la culpabilidad, condenación, separación de Dios, juicio y muerte segunda. El foco, al considerar la justicia por la fe o la naturaleza de Cristo, debemos ponerlo en el propio pecado, más bien que en los efectos del mismo. La cuestión básica es aquí muy simple: ¿Es la naturaleza humana una parte del propio pecado, o bien es un efecto del pecado? Nuestras conclusiones a propósito de la naturaleza de Cristo vendrán condicionadas por la respuesta que demos a esa sencilla cuestión.
El decir que todos los bebés necesitan un Salvador ha venido a convertirse en una de las frases más repetidas y engañosas del pensar actual sobre la justicia por la fe. Efectivamente, un bebé necesita un Salvador, un planeta sufriente lo necesita ciertamente, los ciegos y los cojos lo necesitan muy especialmente, pero no en el sentido de un perdón personal por pecados y culpabilidad personales. Una vez más, estamos confundiendo los efectos del pecado con el pecado mismo.
Santiago 4:17 nos dice que "el que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado". Los textos más claros a propósito del pecado no dicen nada sobre una naturaleza humana inevitable, o un estado de pecado. Decir que el pecado es naturaleza es decir que estamos pecando, incluso cuando elegimos no pecar. ¿Pudiera ser que esa comprensión del pecado como algo inevitable y en continua progresión haya cauterizado de forma considerable nuestra sensibilidad al auténtico pecado (transgresión de la ley de Dios), de forma que hemos venido ahora a aceptar las transgresiones específicas como simples expresiones del gran pecado de tener una naturaleza caída? Dicho de otro modo: hemos venido a considerar el pecado como algo aceptable, como una parte normal de la vida, incluso de la vida cristiana. Hasta incluso hemos llegado a llamar "pecado" a la naturaleza caída, y "pecados" a los actos de pecado.
Isaías 59:2 nos dice que "vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios". Es el pecado lo que nos separa de Dios, lo que rompe nuestra relación con él, y no a la inversa. Sí, el pecado es realmente un estado, pero sigue a la decisión de pecar contra Dios, y continúa por tanto tiempo como el corazón siga sin arrepentirse.
Los que quieren demostrar que la naturaleza caída es el pecado en sí mismo, y no un efecto del pecado, sencillamente no lo han hecho. Ser nacidos en este mundo significa que esta-mos sujetos al hambre y la sed, fatiga y dolor, sufrimiento y muerte. Significa que el planeta en el que vivimos puede intentar nuestra destrucción. Significa ser nacido de padres pecaminosos, recibiendo una naturaleza pecaminosa, y viviendo en un entorno pecaminoso. Pero no significa ser nacido culpable de pecado, o condenado. Si bien recibimos todos los efectos del pecado -naturaleza caída incluida-, no somos automática-mente culpables de pecado.
La conclusión de que el hombre es pecador por naturaleza no procede de la Biblia ni tiene su origen en el adventismo. Sus raíces alcanzan hasta Agustín y la Iglesia Católica Romana, y ha sido transmitida en gran medida al protestantismo mediante los escritos de Lutero y Calvino. Los protestantes evangélicos se destacan hoy como defensores de esa comprensión sobre el pecado, y han hecho todo esfuerzo para que sea igualmente adoptada por el adventismo. La comprensión evangélica sobre el pecado es hoy aceptada por los círculos más elevados de la erudición adventista. Uno se pregunta cuándo comenzaremos a practicar el bautismo infantil, que es la única conclusión razonable de ese razonamiento según el cual los bebés nacen necesitados de un Salvador.
La posición evangélica sobre el pecado hace imposible seguir aceptando la posición histórica adventista de que Cristo tomó nuestra misma naturaleza pecaminosa, triunfando sobre el pecado en esa naturaleza peligrosa. Debido a la posición evangélica sobre el pecado, se nos comienza a decir que Cristo no pudo ser nuestro sustituto si tomó realmente nuestra naturaleza caída desde el nacimiento, y nos vemos obligados así a desarrollar complicadas explicaciones para permitir que Cristo participe de parte de la herencia humana, pero quedando exento de ciertos rasgos hereditarios.
Hay algo interesante a propósito de ser nacido "en pecado". En 1 Spirit of Prophecy:60 lee-mos que Set "fue nacido en pecado". Cuando E. White desarrolló más ampliamente la idea en Patriarcas y Profetas, escribió que Set, de igual forma que Caín, "heredó la naturaleza caída de sus padres" (p. 66). Ese texto paralelo muestra cuál era el significado que E. White daba a la expresión: "nacido en pecado".
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