Elena G de White-artículos de E. White relacionados con 1888-6
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Elena G de White-artículos de E. White relacionados con 1888-6
Como Coré, Dathán y Abiram
(MS-30-1890. The EGW 1888 Materials, p. 906-916)
Artículo leído en el Auditorio del Tabernáculo de Battle Creek ante una gran congregación, en la Asamblea de la Asociación General del 1891.
Los siervos de Dios deben inculcar en todos la importancia de buscar por sí mismos lo que es verdad, velando y orando por una más clara comprensión de la palabra. Dirigidlos al Maestro una y otra vez. Si al pueblo llano de la nación judía se le hubiese permitido recibir su mensaje, sus preciosas lecciones de instrucción, si hubiesen sabido que era el poseedor de la vida, no habrían rechazado a Jesús, la luz del mundo, su Rey y Redentor. Pero los sacerdotes y gobernantes los extraviaron. Que aquellos a quienes Dios ha concedido razón investiguen las Escrituras por sí mismos, obteniendo una experiencia y conocimiento por ellos mismos. Escudriñen con corazones humillados y subyugados, buscando fervientemente el precioso oro. Hay para los hombres demasiado en juego como para aceptar las opiniones de sus semejantes, dejando de deleitarse en escudriñar por ellos mismos, tal como hicieron los nobles Bereanos.
Andad en la luz entre tanto que tenéis luz, para que las tinieblas no vengan sobre vosotros. No hay seguridad en mantenerse en la crítica, cerrando la puerta del corazón a la luz que el Señor, en su amante bondad, ha calificado a sus siervos para comunicar. Es un asunto serio comportarse como Coré, Dathán y Abiram, engañarse hasta el punto de llamar luz a las tinieblas y a las tinieblas luz, considerar como error las verdades del mensaje del tercer ángel, y aceptar el error como verdad. Dios, quien dio a su Hijo unigénito para salvar el alma de la ruina, muriendo en el lugar del transgresor, pide de sus seguidores que efectúen en este tiempo de peligro una obra distinta a la de contrarrestar las manifestaciones de su Espíritu en aquellos que están procurando hacer su voluntad. La única seguridad contra el fracaso está en el cumplimiento del elevado deber de representar a Cristo. Esa es nuestra única seguridad de no estar haciendo un daño infinito a las almas. La consagración absoluta, la completa rendición del ser entero a la obra del Espíritu de Dios: sólo eso es aceptable para Dios. Una piedad de ese carácter se hará evidente a sí misma. Dios requiere de todos los que profesan ser sus seguidores que estén en guardia. Somos espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. Hemos de recibir luz de la fuente de toda luz, y permitir que brille sobre otros, para que no se apague. Hay entre nosotros hombres de experiencia y habilidad, que deben encontrar su lugar en la obra, cuando el Señor lo permita. Haced sitio para esos hombres, hermanos. Ofrecedles un lugar. Michigan y muchos otros estados carecen prácticamente de obreros; sin embargo se ha animado poco a hombres que de ser animados, harían una buena obra. Dadles vuestra confianza. Todos son humanos, y es posible apreciar imperfecciones en vuestros obreros, no los llevéis mediante vuestras palabras y acciones a perder toda confianza en ellos mismos, a pensar que no pueden hacer nada. Aprovechad todo vestigio de habilidad que Dios pone a vuestro alcance. Cultivad los talentos confiados a los seres humanos. No os apartéis de aquellos que yerran en el juicio. Recordad que vosotros tenéis faltas que no veis. Intentad corregir sus equivocaciones. Animadlos a vencer, así como desearíais ser animados de encontraros en su lugar.
Hay una gran obra por hacer. Todos necesitamos el talento que el hermano Smith ha adquirido en su experiencia. Dios le llama a acudir a su santo monte, a fin de que oiga su voz y contemple su gloria, a fin de que pueda reflejarla sobre aquellos con los que se asocia. Debe trabajar con la vista puesta enteramente en la gloria de Dios. Necesita beber plenamente del espíritu y poder de la verdad presente. Tiene una mente lógica, y puede ver a través de los argumentos débiles y desprovistos de valor que tan a menudo se presentan y promocionan como correctos.
Necesitamos al hermano [Elder] Littlejohn. Es valioso el talento de su intelecto, y sus hermanos pueden ayudarle mostrando que aprecian su habilidad. Requiere considerable labor y esfuerzo mental agotador el desarrollar al máximo las capacidades morales con que la naturaleza, el estudio y la palabra de Dios le han dotado. Su éxito será proporcional a su devoción y consagración, más bien que a su habilidad natural y adquirida. El hermano Littlejohn debería ocupar un lugar en vuestros consejos. El Señor le ha dado talentos para ser usados para su gloria. Si está santificado, su juicio claro y consistente será de gran ayuda en vuestras deliberaciones. Si se conecta con Dios, entonces podrá emplearlo. Pero tendréis que abrirle el camino si obra positivamente. Si mostráis un aprecio escaso por su tiempo y labor, lo separáis de la obra y lo desanimáis de implicarse en el servicio activo. Eso significará una pérdida para él y para la causa de Dios.
Tened siempre presente que el hermano Littlejohn ha sido privado del sentido de la vista. Hermanos, cumplid vuestro deber animándole a emplear su habilidad en la obra. Se ha demostrado falta de fe al practicar una economía demasiado severa. La economía es algo encomiable, pero existe el peligro de llevarla demasiado lejos. Habéis ido a los extremos en eso. Se han pronunciado agudas palabras, en relación con los emolumentos asignados al hermano Littlejohn por su labor. Aquellos que han puesto piedras de tropiezo en su camino, que han pensado que estaba pidiendo demasiado, han demostrado cuál era el espíritu que los controlaba. Muchos que poseen abundancia de recursos, y que han sido bendecidos con la integridad de sus sentidos, han demostrado un espíritu mezquino que ofende a Dios. Cultivando así el egoísmo, son la causa de que se escriban capítulos oscuros en los libros del cielo. No proceden con ecuanimidad. No traen la misericordia y el amor de Dios a su experiencia religiosa. Son hoy pesados en las balanzas del santuario, y hallados faltos. Serían capaces hasta de privar a un hombre ciego de sus derechos.
Podéis estar prestos a ver cosas en el hermano Littlejohn que no os satisfacen. Decís que es puntilloso en asuntos de tesorería. ¿Acaso es deshonesto? Se ha equivocado en algunas cosas, pero aquellos que han pronunciado juicio contra él han cometido y continúan cometiendo errores en su experiencia religiosa. Aquellos que se han sentido tan libres para criticar deben recordar que el hermano Littlejohn es ciego. Si leéis las Escrituras del Antiguo Testamento comprobaréis que el Señor tiene una especial consideración hacia los ciegos. Dios tiene un amor que excede el de una madre por sus hijos afligidos, y ha dado directrices especiales al respecto de cómo se los debe tratar. Aquellos que durante varios años en el pasado no han hecho diferencia entre los que son ciegos y los que pueden ver, han desobedecido la voz del Señor. Han seguido sus propios impulsos, al margen de las enfermedades de los hombres que podrían ser una ayuda y bendición para la obra, si se les diese un lugar en ella. Quienes tratan con frialdad a sus hermanos afligidos, siguen un curso de acción que Dios condena.
El Señor tiene a hombres previstos para determinadas ocasiones. Uno hace su parte, haciendo que el pueblo le siga en reformas. El Señor levanta a otro que responde al llamado del deber diciendo: ‘Heme aquí, envíame a mí’. El Señor lo pone a prueba, para ver si actuará con justicia, amará misericordia, y caminará humildemente con Dios. Pero cuando un hombre comienza a considerar su juicio como infalible, Dios no puede seguir empleándolo más como representante de lo que debe ser un hombre que ocupa una posición de responsabilidad. La instrucción dada por Dios es que su pueblo debe avanzar siempre hacia adelante y hacia arriba. Muchos dejan de seguir avanzando más allá de hasta donde les llevan sus instructores. Tal dificultad se ha dado en toda época del mundo cristiano. Los siervos de Dios encuentran su mayor éxito entre aquellos que no están "casados" con el que fue su maestro; entre los que se preguntan ‘¿es éste el camino del Señor?’
Así progresa la obra. Dios tiene sus hombres de oportunidad, que están prestos a cumplir su deber, que dan un fresco ímpetu a la obra trayendo alimento para las almas necesitadas, que esperan, oran, velan y obran. Aseguraos de no elegir para actuar en vuestros consejos a hombres que resistieron al Espíritu de Dios y se han opuesto a la verdad y la justicia.
En el temor y amor de Dios, digo a aquellos ante quienes comparezco hoy, que hay una luz extra para nosotros, y que con la recepción de esa luz vienen grandes bendiciones. Y cuando veo a mis hermanos reaccionar airadamente contra los mensajes y mensajeros de Dios, pienso en escenas similares en la vida de Cristo y de la Reforma. La recepción dada a los siervos de Dios en las edades pasadas es la misma que se da hoy a aquellos a través de los cuales Él está enviando preciosos rayos de luz. Los dirigentes del pueblo siguen hoy el mismo curso de acción que siguieron los Judíos. Critican, suscitan una cuestión tras otra, y rehusan admitir la evidencia, tratando la luz que se les envía de la misma manera en que los judíos trataron la luz que Cristo les trajo.
En la obra de Cristo no puede haber neutralidad, no hay camino intermedio. Él declaró: ‘El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, derrama’. Jesús veía y leía como en un libro abierto los motivos que movían a quienes estaban ante Él, las conciencias de los cuales les declaraban culpables. El conflicto de los siglos se estaba agravando. Cristo no estaba batallando con los hombres finitos, sino contra principados y potestades, contra malicias espirituales en los aires. Dice a sus oidores que todo tipo de pecado y blasfemia puede ser perdonado si se comete en ignorancia. En su gran ceguera podían ellos proferir palabras de insulto y escarnio contra el Hijo del hombre, y sin embargo encontrarse aún dentro de los límites de la misericordia. Pero cuando el poder y el Espíritu de Dios reposaron en sus mensajeros, estaban en terreno santo. Ignorar el Espíritu de Dios, pretender que era el espíritu del diablo, los situó en una posición donde Dios no tenía poder para alcanzar sus almas.
Algunos en Battle Creek van a llegar con seguridad a esa situación, a menos que cambien su curso de acción. Se van a colocar allí donde ninguno de los medios ordenados por Dios sea capaz de devolverlos a la rectitud. Su voluntad no se ajusta a la voluntad de Dios, su persistencia no es la perseverancia de los santos. Hablar contra Cristo, atribuyendo su obra a los agentes de Satanás, y atribuir las manifestaciones del Espíritu al fanatismo, no es en sí mismo un pecado que condene sin remisión, pero el espíritu que lleva a los hombres a hacer tales aserciones los coloca en una posición de resistencia obstinada, donde no pueden ver la luz espiritual. Algunos no volverán ya jamás sobre sus pasos, no humillarán sus corazones reconociendo sus errores, sino que al igual que los Judíos, seguirán haciendo continuamente aseveraciones que confundirán a otros. Se niegan a investigar la evidencia con franqueza y honradez, y como Coré, Dathán y Abiram, toman posición en contra de la luz.
El malvado corazón de incredulidad presentará la falsedad como si fuese verdad, y la verdad como falsedad, y se afirmará en su posición, sea cual sea la evidencia. La terrible acusación contra Cristo, si se persiste en ella, coloca a los culpables en una posición en la que los rayos de luz celestial no pueden alcanzarles. Continuarán andando a la luz de las chispas de su propia iluminación, hasta llegar a blasfemar de las más sagradas influencias que jamás proviniesen del cielo. Entran en un camino que conduce a las tinieblas de la media noche. Creen que están ateniéndose a la razón bien fundada, pero están siguiendo a otro dirigente. Se han colocado bajo el control de un poder del que son, en su ceguera, totalmente ignorantes. Han resistido al único Espíritu que puede dirigirles, iluminarles y salvarles. Están siguiendo el camino de culpabilidad del que no puede haber perdón, ni en esta vida ni en la venidera. No es que haya una cierta cantidad de culpa que agote la misericordia divina, sino que el orgullo y la persistente obstinación les conducen a despreciar al Espíritu de Dios, a ocupar un lugar en el que ninguna manifestación del Espíritu puede convencerles de su error.
En éste, nuestro día, hombres se han colocado donde son totalmente incapaces de cumplir las condiciones del arrepentimiento y confesión; por lo tanto, no pueden hallar misericordia y perdón. El pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo no consiste en palabras o acciones súbitas, sino que es la firme y determinada resistencia a la verdad y evidencia.
El Señor ha estado llamando a su pueblo. Ha revelado su divina presencia de la forma más marcada. Pero el mensaje y los mensajeros no han sido recibidos, sino despreciados. Esperaba que aquellos que estaban en gran necesidad del mensaje del amor divino darían oído a Cristo que llama a la puerta del corazón, y permitirían la entrada del Huésped divino. Pero para el corazón de algunos, Cristo ha llamado en vano. Al rechazar el mensaje dado en Minneapolis, los hombres cometieron pecado. Han cometido un pecado mucho mayor reteniendo durante años el mismo odio contra los mensajeros de Dios, al rechazar la verdad que el Espíritu Santo urgió a su pueblo. Al tomar a la ligera el mensaje dado, están tomando a la ligera la Palabra de Dios. Cada llamamiento rechazado, cada ruego desoído, hacen que avance el proceso de endurecimiento del corazón, y los coloca en silla de escarnecedores.
Aquellos que han rechazado la luz, dejan de reconocerla. Una atmósfera contaminada rodea sus almas, y aunque algunos no manifiesten hostilidad declarada, los que tienen discernimiento espiritual apreciarán la frialdad glacial que envuelve a sus almas.
Dios me compele a llamaros la atención a las palabras de Cristo: ‘Aún por un poco estará la luz entre vosotros: andad entre tanto que tenéis luz, porque no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz… El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo la luz he venido al mundo, para que todo aquel que crea en mí no permanezca en tinieblas. Y el que oyere mis palabras y no las creyere, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me desecha y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero’. ‘Escuchad y oíd: No seáis arrogantes, porque habló el Eterno. Dad gloria al Señor vuestro Dios, antes que haga venir tinieblas, antes que vuestros pies tropiecen en montes oscuros. Y esperéis luz, y os la vuelva en negrura, en densas tinieblas. Si no oís esto, en secreto lloraré a causa de vuestra soberbia. Amargamente llorarán mis ojos deshechos en lágrimas, porque el rebaño del Eterno irá cautivo’.
Desde el monte de las Olivas Cristo miró a Jerusalem, y con labios temblorosos y alma apesadumbrada dijo, ‘¡Oh si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que toca a tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos’. Pensó en lo que Jerusalem pudo haber sido, de haber mantenido una conexión viviente con Dios, pensó en la bendición que habría sido para el pueblo, de haber aprovechado los privilegios y bendiciones de que gozó mediante la misericordia y gracia de un Dios benigno y paciente. Jerusalem habría venido a ser un lugar maravilloso, el gozo de toda la tierra. Dios pudo haber hecho de Sión su santa morada. El corazón de Cristo había exclamado, ‘¿Cómo tengo de dejarte?’ Había tratado a Israel como un padre amante y perdonador tratara a su hijo rebelde y desagradecido.
Con el ojo de la omnisciencia vio que la ciudad de Jerusalem había decidido su propio destino. Durante siglos había dado la espalda a Dios. Había resistido la gracia, había abusado de los privilegios, había tomado a la ligera las oportunidades. El mismo pueblo había ido colmando la nube de venganza sin mezcla de misericordia que estaba por estallar sobre ellos. Con entrecortadas y temblorosas palabras, exclamó Cristo, ‘¡Oh si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que toca a tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos’. Se pronunció la sentencia irrevocable.
En este tiempo se ha resistido en gran medida la luz que proviene del trono de Dios, como si se tratase de algo objetable. Se la ha considerado como tinieblas y se la ha tenido por fanatismo, por algo peligroso. De esa forma los hombres han venido a ser postes indicadores que señalan la dirección errónea. Han seguido el ejemplo del pueblo Judío. Han atado a sus corazones sus máximas y falsas teorías hasta convertirse para ellos en preciosas doctrinas fundamentales. Han llegado a pensar que si las abandonasen quedarían arruinados los fundamentos de su fe.
Si todos aquellos que dicen creer la verdad presente hubiesen abierto sus corazones para recibir el mensaje y el espíritu de la verdad, que es la misericordia, justicia y amor de Dios, no habrían acumulado unas tinieblas tan densas como para no discernir la luz. No habrían llamado fanatismo y error a las obras del Espíritu Santo
(MS-30-1890. The EGW 1888 Materials, p. 906-916)
Artículo leído en el Auditorio del Tabernáculo de Battle Creek ante una gran congregación, en la Asamblea de la Asociación General del 1891.
Los siervos de Dios deben inculcar en todos la importancia de buscar por sí mismos lo que es verdad, velando y orando por una más clara comprensión de la palabra. Dirigidlos al Maestro una y otra vez. Si al pueblo llano de la nación judía se le hubiese permitido recibir su mensaje, sus preciosas lecciones de instrucción, si hubiesen sabido que era el poseedor de la vida, no habrían rechazado a Jesús, la luz del mundo, su Rey y Redentor. Pero los sacerdotes y gobernantes los extraviaron. Que aquellos a quienes Dios ha concedido razón investiguen las Escrituras por sí mismos, obteniendo una experiencia y conocimiento por ellos mismos. Escudriñen con corazones humillados y subyugados, buscando fervientemente el precioso oro. Hay para los hombres demasiado en juego como para aceptar las opiniones de sus semejantes, dejando de deleitarse en escudriñar por ellos mismos, tal como hicieron los nobles Bereanos.
Andad en la luz entre tanto que tenéis luz, para que las tinieblas no vengan sobre vosotros. No hay seguridad en mantenerse en la crítica, cerrando la puerta del corazón a la luz que el Señor, en su amante bondad, ha calificado a sus siervos para comunicar. Es un asunto serio comportarse como Coré, Dathán y Abiram, engañarse hasta el punto de llamar luz a las tinieblas y a las tinieblas luz, considerar como error las verdades del mensaje del tercer ángel, y aceptar el error como verdad. Dios, quien dio a su Hijo unigénito para salvar el alma de la ruina, muriendo en el lugar del transgresor, pide de sus seguidores que efectúen en este tiempo de peligro una obra distinta a la de contrarrestar las manifestaciones de su Espíritu en aquellos que están procurando hacer su voluntad. La única seguridad contra el fracaso está en el cumplimiento del elevado deber de representar a Cristo. Esa es nuestra única seguridad de no estar haciendo un daño infinito a las almas. La consagración absoluta, la completa rendición del ser entero a la obra del Espíritu de Dios: sólo eso es aceptable para Dios. Una piedad de ese carácter se hará evidente a sí misma. Dios requiere de todos los que profesan ser sus seguidores que estén en guardia. Somos espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. Hemos de recibir luz de la fuente de toda luz, y permitir que brille sobre otros, para que no se apague. Hay entre nosotros hombres de experiencia y habilidad, que deben encontrar su lugar en la obra, cuando el Señor lo permita. Haced sitio para esos hombres, hermanos. Ofrecedles un lugar. Michigan y muchos otros estados carecen prácticamente de obreros; sin embargo se ha animado poco a hombres que de ser animados, harían una buena obra. Dadles vuestra confianza. Todos son humanos, y es posible apreciar imperfecciones en vuestros obreros, no los llevéis mediante vuestras palabras y acciones a perder toda confianza en ellos mismos, a pensar que no pueden hacer nada. Aprovechad todo vestigio de habilidad que Dios pone a vuestro alcance. Cultivad los talentos confiados a los seres humanos. No os apartéis de aquellos que yerran en el juicio. Recordad que vosotros tenéis faltas que no veis. Intentad corregir sus equivocaciones. Animadlos a vencer, así como desearíais ser animados de encontraros en su lugar.
Hay una gran obra por hacer. Todos necesitamos el talento que el hermano Smith ha adquirido en su experiencia. Dios le llama a acudir a su santo monte, a fin de que oiga su voz y contemple su gloria, a fin de que pueda reflejarla sobre aquellos con los que se asocia. Debe trabajar con la vista puesta enteramente en la gloria de Dios. Necesita beber plenamente del espíritu y poder de la verdad presente. Tiene una mente lógica, y puede ver a través de los argumentos débiles y desprovistos de valor que tan a menudo se presentan y promocionan como correctos.
Necesitamos al hermano [Elder] Littlejohn. Es valioso el talento de su intelecto, y sus hermanos pueden ayudarle mostrando que aprecian su habilidad. Requiere considerable labor y esfuerzo mental agotador el desarrollar al máximo las capacidades morales con que la naturaleza, el estudio y la palabra de Dios le han dotado. Su éxito será proporcional a su devoción y consagración, más bien que a su habilidad natural y adquirida. El hermano Littlejohn debería ocupar un lugar en vuestros consejos. El Señor le ha dado talentos para ser usados para su gloria. Si está santificado, su juicio claro y consistente será de gran ayuda en vuestras deliberaciones. Si se conecta con Dios, entonces podrá emplearlo. Pero tendréis que abrirle el camino si obra positivamente. Si mostráis un aprecio escaso por su tiempo y labor, lo separáis de la obra y lo desanimáis de implicarse en el servicio activo. Eso significará una pérdida para él y para la causa de Dios.
Tened siempre presente que el hermano Littlejohn ha sido privado del sentido de la vista. Hermanos, cumplid vuestro deber animándole a emplear su habilidad en la obra. Se ha demostrado falta de fe al practicar una economía demasiado severa. La economía es algo encomiable, pero existe el peligro de llevarla demasiado lejos. Habéis ido a los extremos en eso. Se han pronunciado agudas palabras, en relación con los emolumentos asignados al hermano Littlejohn por su labor. Aquellos que han puesto piedras de tropiezo en su camino, que han pensado que estaba pidiendo demasiado, han demostrado cuál era el espíritu que los controlaba. Muchos que poseen abundancia de recursos, y que han sido bendecidos con la integridad de sus sentidos, han demostrado un espíritu mezquino que ofende a Dios. Cultivando así el egoísmo, son la causa de que se escriban capítulos oscuros en los libros del cielo. No proceden con ecuanimidad. No traen la misericordia y el amor de Dios a su experiencia religiosa. Son hoy pesados en las balanzas del santuario, y hallados faltos. Serían capaces hasta de privar a un hombre ciego de sus derechos.
Podéis estar prestos a ver cosas en el hermano Littlejohn que no os satisfacen. Decís que es puntilloso en asuntos de tesorería. ¿Acaso es deshonesto? Se ha equivocado en algunas cosas, pero aquellos que han pronunciado juicio contra él han cometido y continúan cometiendo errores en su experiencia religiosa. Aquellos que se han sentido tan libres para criticar deben recordar que el hermano Littlejohn es ciego. Si leéis las Escrituras del Antiguo Testamento comprobaréis que el Señor tiene una especial consideración hacia los ciegos. Dios tiene un amor que excede el de una madre por sus hijos afligidos, y ha dado directrices especiales al respecto de cómo se los debe tratar. Aquellos que durante varios años en el pasado no han hecho diferencia entre los que son ciegos y los que pueden ver, han desobedecido la voz del Señor. Han seguido sus propios impulsos, al margen de las enfermedades de los hombres que podrían ser una ayuda y bendición para la obra, si se les diese un lugar en ella. Quienes tratan con frialdad a sus hermanos afligidos, siguen un curso de acción que Dios condena.
El Señor tiene a hombres previstos para determinadas ocasiones. Uno hace su parte, haciendo que el pueblo le siga en reformas. El Señor levanta a otro que responde al llamado del deber diciendo: ‘Heme aquí, envíame a mí’. El Señor lo pone a prueba, para ver si actuará con justicia, amará misericordia, y caminará humildemente con Dios. Pero cuando un hombre comienza a considerar su juicio como infalible, Dios no puede seguir empleándolo más como representante de lo que debe ser un hombre que ocupa una posición de responsabilidad. La instrucción dada por Dios es que su pueblo debe avanzar siempre hacia adelante y hacia arriba. Muchos dejan de seguir avanzando más allá de hasta donde les llevan sus instructores. Tal dificultad se ha dado en toda época del mundo cristiano. Los siervos de Dios encuentran su mayor éxito entre aquellos que no están "casados" con el que fue su maestro; entre los que se preguntan ‘¿es éste el camino del Señor?’
Así progresa la obra. Dios tiene sus hombres de oportunidad, que están prestos a cumplir su deber, que dan un fresco ímpetu a la obra trayendo alimento para las almas necesitadas, que esperan, oran, velan y obran. Aseguraos de no elegir para actuar en vuestros consejos a hombres que resistieron al Espíritu de Dios y se han opuesto a la verdad y la justicia.
En el temor y amor de Dios, digo a aquellos ante quienes comparezco hoy, que hay una luz extra para nosotros, y que con la recepción de esa luz vienen grandes bendiciones. Y cuando veo a mis hermanos reaccionar airadamente contra los mensajes y mensajeros de Dios, pienso en escenas similares en la vida de Cristo y de la Reforma. La recepción dada a los siervos de Dios en las edades pasadas es la misma que se da hoy a aquellos a través de los cuales Él está enviando preciosos rayos de luz. Los dirigentes del pueblo siguen hoy el mismo curso de acción que siguieron los Judíos. Critican, suscitan una cuestión tras otra, y rehusan admitir la evidencia, tratando la luz que se les envía de la misma manera en que los judíos trataron la luz que Cristo les trajo.
En la obra de Cristo no puede haber neutralidad, no hay camino intermedio. Él declaró: ‘El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, derrama’. Jesús veía y leía como en un libro abierto los motivos que movían a quienes estaban ante Él, las conciencias de los cuales les declaraban culpables. El conflicto de los siglos se estaba agravando. Cristo no estaba batallando con los hombres finitos, sino contra principados y potestades, contra malicias espirituales en los aires. Dice a sus oidores que todo tipo de pecado y blasfemia puede ser perdonado si se comete en ignorancia. En su gran ceguera podían ellos proferir palabras de insulto y escarnio contra el Hijo del hombre, y sin embargo encontrarse aún dentro de los límites de la misericordia. Pero cuando el poder y el Espíritu de Dios reposaron en sus mensajeros, estaban en terreno santo. Ignorar el Espíritu de Dios, pretender que era el espíritu del diablo, los situó en una posición donde Dios no tenía poder para alcanzar sus almas.
Algunos en Battle Creek van a llegar con seguridad a esa situación, a menos que cambien su curso de acción. Se van a colocar allí donde ninguno de los medios ordenados por Dios sea capaz de devolverlos a la rectitud. Su voluntad no se ajusta a la voluntad de Dios, su persistencia no es la perseverancia de los santos. Hablar contra Cristo, atribuyendo su obra a los agentes de Satanás, y atribuir las manifestaciones del Espíritu al fanatismo, no es en sí mismo un pecado que condene sin remisión, pero el espíritu que lleva a los hombres a hacer tales aserciones los coloca en una posición de resistencia obstinada, donde no pueden ver la luz espiritual. Algunos no volverán ya jamás sobre sus pasos, no humillarán sus corazones reconociendo sus errores, sino que al igual que los Judíos, seguirán haciendo continuamente aseveraciones que confundirán a otros. Se niegan a investigar la evidencia con franqueza y honradez, y como Coré, Dathán y Abiram, toman posición en contra de la luz.
El malvado corazón de incredulidad presentará la falsedad como si fuese verdad, y la verdad como falsedad, y se afirmará en su posición, sea cual sea la evidencia. La terrible acusación contra Cristo, si se persiste en ella, coloca a los culpables en una posición en la que los rayos de luz celestial no pueden alcanzarles. Continuarán andando a la luz de las chispas de su propia iluminación, hasta llegar a blasfemar de las más sagradas influencias que jamás proviniesen del cielo. Entran en un camino que conduce a las tinieblas de la media noche. Creen que están ateniéndose a la razón bien fundada, pero están siguiendo a otro dirigente. Se han colocado bajo el control de un poder del que son, en su ceguera, totalmente ignorantes. Han resistido al único Espíritu que puede dirigirles, iluminarles y salvarles. Están siguiendo el camino de culpabilidad del que no puede haber perdón, ni en esta vida ni en la venidera. No es que haya una cierta cantidad de culpa que agote la misericordia divina, sino que el orgullo y la persistente obstinación les conducen a despreciar al Espíritu de Dios, a ocupar un lugar en el que ninguna manifestación del Espíritu puede convencerles de su error.
En éste, nuestro día, hombres se han colocado donde son totalmente incapaces de cumplir las condiciones del arrepentimiento y confesión; por lo tanto, no pueden hallar misericordia y perdón. El pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo no consiste en palabras o acciones súbitas, sino que es la firme y determinada resistencia a la verdad y evidencia.
El Señor ha estado llamando a su pueblo. Ha revelado su divina presencia de la forma más marcada. Pero el mensaje y los mensajeros no han sido recibidos, sino despreciados. Esperaba que aquellos que estaban en gran necesidad del mensaje del amor divino darían oído a Cristo que llama a la puerta del corazón, y permitirían la entrada del Huésped divino. Pero para el corazón de algunos, Cristo ha llamado en vano. Al rechazar el mensaje dado en Minneapolis, los hombres cometieron pecado. Han cometido un pecado mucho mayor reteniendo durante años el mismo odio contra los mensajeros de Dios, al rechazar la verdad que el Espíritu Santo urgió a su pueblo. Al tomar a la ligera el mensaje dado, están tomando a la ligera la Palabra de Dios. Cada llamamiento rechazado, cada ruego desoído, hacen que avance el proceso de endurecimiento del corazón, y los coloca en silla de escarnecedores.
Aquellos que han rechazado la luz, dejan de reconocerla. Una atmósfera contaminada rodea sus almas, y aunque algunos no manifiesten hostilidad declarada, los que tienen discernimiento espiritual apreciarán la frialdad glacial que envuelve a sus almas.
Dios me compele a llamaros la atención a las palabras de Cristo: ‘Aún por un poco estará la luz entre vosotros: andad entre tanto que tenéis luz, porque no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz… El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo la luz he venido al mundo, para que todo aquel que crea en mí no permanezca en tinieblas. Y el que oyere mis palabras y no las creyere, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me desecha y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero’. ‘Escuchad y oíd: No seáis arrogantes, porque habló el Eterno. Dad gloria al Señor vuestro Dios, antes que haga venir tinieblas, antes que vuestros pies tropiecen en montes oscuros. Y esperéis luz, y os la vuelva en negrura, en densas tinieblas. Si no oís esto, en secreto lloraré a causa de vuestra soberbia. Amargamente llorarán mis ojos deshechos en lágrimas, porque el rebaño del Eterno irá cautivo’.
Desde el monte de las Olivas Cristo miró a Jerusalem, y con labios temblorosos y alma apesadumbrada dijo, ‘¡Oh si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que toca a tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos’. Pensó en lo que Jerusalem pudo haber sido, de haber mantenido una conexión viviente con Dios, pensó en la bendición que habría sido para el pueblo, de haber aprovechado los privilegios y bendiciones de que gozó mediante la misericordia y gracia de un Dios benigno y paciente. Jerusalem habría venido a ser un lugar maravilloso, el gozo de toda la tierra. Dios pudo haber hecho de Sión su santa morada. El corazón de Cristo había exclamado, ‘¿Cómo tengo de dejarte?’ Había tratado a Israel como un padre amante y perdonador tratara a su hijo rebelde y desagradecido.
Con el ojo de la omnisciencia vio que la ciudad de Jerusalem había decidido su propio destino. Durante siglos había dado la espalda a Dios. Había resistido la gracia, había abusado de los privilegios, había tomado a la ligera las oportunidades. El mismo pueblo había ido colmando la nube de venganza sin mezcla de misericordia que estaba por estallar sobre ellos. Con entrecortadas y temblorosas palabras, exclamó Cristo, ‘¡Oh si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que toca a tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos’. Se pronunció la sentencia irrevocable.
En este tiempo se ha resistido en gran medida la luz que proviene del trono de Dios, como si se tratase de algo objetable. Se la ha considerado como tinieblas y se la ha tenido por fanatismo, por algo peligroso. De esa forma los hombres han venido a ser postes indicadores que señalan la dirección errónea. Han seguido el ejemplo del pueblo Judío. Han atado a sus corazones sus máximas y falsas teorías hasta convertirse para ellos en preciosas doctrinas fundamentales. Han llegado a pensar que si las abandonasen quedarían arruinados los fundamentos de su fe.
Si todos aquellos que dicen creer la verdad presente hubiesen abierto sus corazones para recibir el mensaje y el espíritu de la verdad, que es la misericordia, justicia y amor de Dios, no habrían acumulado unas tinieblas tan densas como para no discernir la luz. No habrían llamado fanatismo y error a las obras del Espíritu Santo
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