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Elena G de White-artículos de E. White relacionados con 1888-9

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Mensaje por Admin Lun Mayo 17, 2010 2:57 am

La prueba de la doctrina


Review & Herald, 27 agosto 1889 (sermón matinal dado en Chicago, el 9 de abril de 1889)
Me siento agradecida porque es el privilegio de todos hacer tal como hemos cantado: "Destronar todo ídolo y adorarte sólo a ti". Estoy agradecida porque no sea demasiado tarde para corregir los errores; porque no sea demasiado tarde para que examinemos nuestros corazones y nos probemos a nosotros mismos, si estamos en la fe; para que nos aseguremos de que Cristo está morando en nuestros corazones por la fe. Si nos comparamos con la gran norma moral, comprenderemos cuáles son nuestros defectos de carácter. Pero sean cuales fueren nuestros defectos y fracasos, no hemos de desanimarnos. Hemos de ver nuestros pecados y desecharlos, pues Cristo no puede hacer su morada en un corazón dividido.
Nuestros mayores pecados, que separan nuestras almas de Dios, son la incredulidad y la dureza de corazón. ¿Por qué somos tan incrédulos e insensibles? La razón es que estamos llenos de confianza propia. Si recibimos alguna muestra de la bendición de Dios, lo tomamos como una garantía de que estamos bien; y al venir la reprensión , decimos: "Sé que el Señor me ha aceptado, porque me ha bendecido, y no voy a recibir ese reproche". ¡En qué terrible condición estaríamos si el Señor no nos bendijera! Hemos de estudiar a Cristo, el Modelo de carácter que Dios nos ha dado. Si hemos de cortar un traje, estudiamos el patrón. Y en la vida cristiana, hemos de abandonar nuestras propias ideas y planes, y avanzar de acuerdo con el Modelo. Pero en lugar de ello, obramos al margen del Modelo. No debiéramos estar llenos de presunción. Hemos de decir como Juan: "Es necesario que él crezca, y que yo disminuya".
Cuanto más estudiéis y copiéis el Modelo, menos confianza tendréis en el yo. ¡De qué manera ha introducido el enemigo su propio espíritu en nuestra obra! No nos amamos unos a otros, tal como nos ha encomendado Cristo, debido a que no amamos a Cristo. Si vuestros caminos se cruzan de alguna forma, si la opinión de alguien difiere de la vuestra, en lugar de manifestar humildad de mente, en lugar de llevar vuestra carga a Cristo, y pedirle a él sabiduría y luz para saber cuál es la verdad, os apartáis de él y resultáis tentados a presentar los puntos de vista de vuestro hermano en una luz falsa, a fin de anular su influencia. Sabemos que ese tipo de espíritu no proviene de Dios, no importa quién sea el que lo manifieste. Cuando veáis vuestro caso tal cual es ante Dios, tendréis ideas diferentes de las que ahora sostenéis, en cuanto a vuestros propios defectos de carácter. Cuando se presentan puntos de vista que parecen no armonizar con los vuestros, eso debiera llevaros a estudiar vuestra Biblia, y a investigar para ver si vosotros mismos estáis sosteniendo la posición correcta sobre el tema. El que otro sostenga una opinión diferente, no debiera despertar los peores rasgos de vuestra naturaleza. Debierais amar a vuestro hermano y decir: "Estoy deseoso de investigar tus puntos de vista. Vayamos directamente a la palabra de Dios y veamos por la ley y el testimonio qué es verdad".
Debiéramos sentir la necesidad de investigar las Escrituras por nosotros mismos. Debiéramos estudiar la palabra de Dios hasta que sepamos que nuestro fundamento está en la sólida roca. Debiéramos cavar en busca de las gemas de la verdad. Debiéramos probar la doctrina de todo hombre por la ley y el testimonio; ya que, dice el profeta: "Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha amanecido". Dice Juan: "El que dice: ‘Yo lo conozco’, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él". Los que, pretendiendo tener luz de Dios, vuelven su oído para no oír la ley, están bajo un gran engaño. Los que rechazan a sabiendas el cuarto mandamiento están en las tinieblas. Dice Santiago: "Cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofenda en un punto, se hace culpable de todos". De nada sirve que pensemos que estamos preparados para recibir el toque final de la inmortalidad, mientras que vivimos en voluntaria transgresión de uno de los santos preceptos de Dios.
Suponed que un hermano viene a nosotros, y nos presenta algún asunto en una luz diferente a como siempre la habíamos visto anteriormente, ¿habremos de reunirnos con los que están de acuerdo con nosotros para hacer comentarios sarcásticos, para ridiculizar su posición y para formar una confederación con el fin de representar falsamente sus argumentos e ideas? ¿Debiéramos manifestar un espíritu amargo hacia él, mientras que somos negligentes en procurar sabiduría de Dios en ferviente oración, en buscar el consejo del Cielo? ¿Pensaréis que estáis guardando los mandamientos de Dios, mientras que seguís un curso como ese hacia vuestro hermano? ¿Estaríais en la condición que os permita reconocer los brillantes rayos de la luz celestial, al ser esta enviada sobre vuestro camino? ¿Estaría vuestro corazón dispuesto a recibir la iluminación divina? No; no reconoceríais la luz. Todo ese espíritu de fanatismo e intolerancia ha de ser desechado, y ha de tomar su lugar la humildad y mansedumbre de Cristo, antes que el Espíritu de Dios pueda impresionar vuestras mentes con la verdad divina. Debemos ir directamente a la raíz del asunto presentado, y no estar en una posición en la que no tendremos amor por nuestros hermanos, debido a que sus ideas difieren de las nuestras. Si tomáis esta posición, estáis diciendo por vuestra actitud que consideráis vuestra propia opinión como perfección, y la de vuestro hermano errónea.
Cuando se presenta una doctrina que no se adapta a nuestras mentes, debiéramos ir a la palabra de Dios, correr al Señor en oración, y no dar lugar a que venga el enemigo con sospechas y prejuicios. Nunca debiéramos permitir que se manifieste ese espíritu que emplazó a los sacerdotes y dirigentes contra el Redentor del mundo. Estos se quejaban de que él perturbaba al pueblo, y deseaban que los dejara en paz, ya que causaba perplejidad y disensión. El Señor nos envía luz a fin de probar qué clase de espíritu tenemos. No nos hemos de engañar a nosotros mismos. En 1844, cuando venía a nuestra atención algo que no comprendíamos, nos arrodillábamos y pedíamos a Dios que nos ayudara a tomar la buena posición, y entonces podíamos llegar a una comprensión correcta y a ver ojo con ojo. No había disensión, enemistad, habladurías ni juicios equivocados de nuestros hermanos. Si solamente pudiéramos comprender la maldad de ese espíritu de intolerancia, ¡cómo lo repudiaríamos! Nos juntamos con el enemigo de Dios y del hombre cuando acusamos a nuestros hermanos, ya que Satanás fue un acusador de los hermanos. Llevamos falso testimonio cuando añadimos un poquito a las palabras de nuestro hermano, y les damos un color falso; y a la vista de Dios, no somos hacedores, sino transgresores de la ley. No estamos del lado del Señor; estamos del lado del que daña, destruye y derriba la causa de la verdad. Debiéramos orar los unos por los otros, en lugar de alejarnos unos de otros.
El que guarda la palabra de la verdad, mora en Cristo; el amor de Dios resulta en él perfeccionado. Debiéramos estar prestos a aceptar la luz de Dios sea cual sea la fuente de donde provenga, en lugar de rechazarla debido a que no viene por el conducto mediante el cual nosotros esperábamos. Cuando Jesús abrió la palabra de Dios en Nazaret y leyó la profecía de Isaías sobre su propia obra y misión, y declaró que se había cumplido ante ellos, comenzaron a dudar y cuestionar. Dijeron: "¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, saca este todas estas cosas? Y se escandalizaban de él". No esperaban que la luz viniera de él, y rechazaron el mensaje de Dios. Al recibir la vista aquel que había nacido ciego, y venir a los fariseos hablándoles de Jesús, le dijeron: "Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros? Y lo expulsaron". Se encerraron en incredulidad, en rechazo a Cristo, aunque profesaban creer en Dios.
Dios nos ha ordenado amarnos unos a otros. Si veis defectos en un hermano, no digáis: "he perdido toda mi confianza en él". ¿Tenéis algún derecho a hablar así de otro? La Escritura nos ordena edificarnos mutuamente en la santísima fe. Hemos de ser santos en toda conversación. ¿Tiene vuestra mente la amplitud necesaria para abarcar todas las circunstancias, perplejidades y pruebas del hermano a quien condenáis?
Muchos hay cuya religión consiste en criticar los vestidos y las maneras. Quisieran que todos se ajustaran a su propia medida. Quisieran alargar los vestidos que en su propio criterio son demasiado cortos, y acortar otros que les parecen demasiado largos. Han perdido el amor de Dios en sus corazones, pero creen que tienen espíritu de discernimiento. Creen que es su prerrogativa el criticar y pronunciar juicio; sin embargo deben arrepentirse de su error, y volverse de sus pecados. Pedro preguntó al Señor con relación a Juan: "¿Y qué de este?" Jesús le respondió: "¿Qué a ti? Sígueme tú". Hemos de seguir al Ejemplo. Brilla sobre nosotros un diluvio de luz, y deben ser desechados todos los celos, ya que los celos son tan crueles como la tumba. Limpiaos de la vieja levadura, ya que un poco de levadura leuda toda la masa. Amémonos unos a otros. Haya armonía y unión en nuestras filas. Estén nuestros corazones santificados a Dios. Miremos hacia la luz que hay en Jesús para nosotros. Recordemos cuán clemente y paciente fue él para con los errantes hijos de los hombres. Nuestro estado sería desgraciado si el Dios del cielo fuese como uno de nosotros, y nos tratara de la forma en la que estamos inclinados a tratarnos unos a otros. Gracias al Señor porque sus pensamientos no son nuestros pensamientos, ni sus caminos los nuestros. Está lleno de compasión y de amor, de clemencia, sobreabunda en tierna gracia. Si tenemos el amor de Jesús, amaremos a aquellos por quienes él murió.

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