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F T Wright .En el Altar

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Mensaje por Admin Mar Ene 25, 2011 9:27 am

F T Wright .En el Altar

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El convencido y arrepentido viene ahora al altar del sacrificio un tipo de la cruz. Allí el sacerdote lo espe¬ra. Llega sabiendo que necesita perdón y limpieza, y allí él encuentra todo lo que necesita con tal de que cumpla las simples condiciones de la confesión aceptable.

En el servicio del santuario está claramente mostrado lo que esas condiciones son, especialmente como son vistas en ese servicio a la luz que brilla del Espíritu de Profecía. Porque allí nosotros leemos esta reveladora sentencia. "La sangre, que representaba la vida comprometida del pecador, cuya culpa cargaba la víctima, la llevaba el sacerdote al lugar santo y la salpicaba ante el velo, detrás del cual estaba el arca que contenía la ley que él pecador había transgredido. Mediante esta ceremonia, el pecado era transferido figurativamente, por intermedio de la sangre, al santuario". (Conflicto de los Siglos:471) El Santuario y sus servicios eran solamente una representación. En él sólo habla símbolos nunca la realidad. Las cosas reales son halladas en el santuario celestial, su sacerdocio y servicios. Pero, tan exacto y completo era el tipo que se declara, "Y lo que se hacia típicamente en el santuario terrenal, se hace en realidad en el santuario celestial" (Id., pág. 473).

Por lo tanto, la única conclusión que puede ser saca¬da esta: Todo lo que fuera que la sangre fue una representación en el servicio típico, ha de ser hallado como una realidad literal en el verdadero san-tuario en el cielo. ¿Qué es lo que se nos ha dicho explícitamente que la sangre simboliza? Está clara-mente dicho ser "la vida comprometida del pecador".

La cita anterior del Conflicto de los Siglos, pág. 471, es una de las muchas que revela la verdad de lo que el pecado es. Nosotros hablamos de la culpa del pecado, pero la culpa es solamente del pecado, no el pecad¬o en sí mismo. Hablamos de las acciones del pecado, pero una vez más esas acciones no son el pecado, ellas son el fruto o resultado del pecado. Tal cosa es también verdad del registro del pecado. El registro no es el pecado. El pecado es la vida del pecador, lo que él es, su iniquidad, esto es, su pecaminosidad. Esto está com¬probado en la declaración anterior que tan distinta¬mente dice que al to-mar la vida del pecador dentro del santuario, el pecado es llevado al interior. ¬

Es esencial para nuestra salvación que nosotros ten¬gamos la comprensión correcta de lo que los escritos inspirados quieren decir cuando usan la palabra "pecado" porque "La remisión, o sea el acto de quitar los pe¬cados, es la obra que debe realizarse" (Id., pág. 470). Y ese pecado, como liemos un poco antes, no es única¬mente el fruto, sino la vida misma del pecador.

Por lo tanto, en el acto literal, cuando nosotros veni¬mos en verdadera confesión, entonces, no so-lamente la culpa de nuestros pecados sino también la vida mis¬ma que causó el problema, es transferida de nosotros al santuario. No es solamente el pecador perdonado si¬no es también limpio.

Si nosotros vemos cualquier cosa menos que la tran¬sición real de la vida misma pecaminosa al santuario; si vemos cualquier cosa menos que esto en ese servicio por el pecado, entonces toda la cosa no tiene para no¬sotros ninguna virtud, ningún valor, ningún mérito, y ninguna salvación. Cuánto de eso está maravillosa¬mente revelado en esa frase, "vida comprometida del pecador". Considerémosla cuida-dosamente. ¿De cuál vida del pecador se habla aquí? ¿Es su carne y sangre naturaleza humana? Como ayuda en la comprensión de esa pregunta, volvamos a otro pasaje. Pablo dice "Con Cristo estoy junta-mente crucificado' (Gal. 2:20). ¿Está él realmente diciendo que había muerto, o era solamente esto una hermosa figura de lenguaje? ¿Una fina expresión retórica? No, él en verdad está di¬ciendo que realmente había muerto.

¿Estuvo él realmente pendiendo de la cruz con Cris¬to? ¿Dejó de existir su vida humana y descen-dió a la tumba?
No, él no quería decir eso, porque no se estaba refi¬riendo a su cuerpo de carne y sangre, sino a la vida pe¬caminosa, la naturaleza carnal, las malas propensiones, al carácter de Satanás en él. Eso es lo que había sido crucificado y quitado del camino.
Es indiscutiblemente verdad que en este pasaje Pablo está refiriéndose primeramente a la ocasión cuando se convirtió del reino de Satanás al reino de Dios. Esa vida que había muerto en el era el poder real del pecado, el viejo hombre, la mente carnal, la lepra del pecado, el antiguo esposo, y el corazón de piedra así como se llama en toda su variedad. Al ser esto así, habrá algunos que pueden examinar el uso del versícu¬lo aquí, para ilustrar el punto en disputa con relación a la obra de la reforma. Mientras que el versículo no ha de ser aplicado directamente a esta experiencia, el prin¬cipio implicado en él es una ilus-tración válida de la obra de la separación de la vida de¡ creyente en el servicio diario.
El punto para ser enfatizado es que cuando es dicho que la vida perdida del pecador es quitada de él, esta no es una expresión ficticia sino la descripción de algo que real y literalmente toma lugar en la vida. Es impo¬sible transmitir el pleno poder de la experiencia real de esto en palabras, pero cuando ha llegado a ser una ver¬dadera realidad en la vida, entonces la persona que es tan bendecida sabe sin duda o incertidumbre que una cosa maravillosa y grande a tomado lugar dentro de él.

Cuando Pedro y los otros discípulos vinieron a la ce¬na del Señor poseídos del fuego de los celos y ambi¬ción, no había duda de que había vida en ellos un gigante poder controlador que los motivó a hacer co¬sas profanas. Al principio no pudieron ver esto, pero, cuando las acciones y vida de Cristo les reveló la verda¬dera naturaleza de los poderes internos, ellos lo vieron, y Pedro expresó su íntimo deseo de ser limpio de esas cosas. En respuesta a esa petición, Jesús los limpi6 de eso, a fin de que el espíritu y vida en el que habían esta¬do antes no permanecieran más allí. Cuán diferente ellos se sintieron. Qué limpios fueron. Cuán libres ellos habían llegado a ser, y nadie más que ellos mismos podían conocer la completa maravilla y poder de eso. Co¬nocieron que la vieja vida habla sido quitada de ellos, y que había sido reemplazada por la nueva. Sería segu¬ro decir, que si ellos no hubieran sido limpiados, nunca se habrían recuperado del chasco de la crucifixión, co¬mo es comprobado por la pérdida eterna de Judas.

Fue anteriormente observado que Pablo no estaba refiriéndose a su carne y sangre de su vida humana co¬mo la que habla muerto, sino a la vida mala en él. Para el cristiano nacido de nuevo así como fue para Pablo, esa muerte ya ha tomado lugar, pero esa muerte de la vieja naturaleza no tendría cuida-do de las antiguas teo¬rías e ideas, hábitos y prácticas que pertenecen, no al poder residente del mal de la vieja naturaleza en sí mis¬ma, sino a la educación dada por esa vieja naturaleza cuando estuvo con el pecador. El espíritu malo que el diablo desarrolló debido a esa educación, es vida. No es la vida física, sino el espíritu malo que tiene que ser crucificado a muerte al ser quitado del individuo.
Ser limpio de toda idea equivocada y espíritu, no es algo que puede ser efectuado totalmente en un evento, sino que toma tiempo para realizarlo, porque cada problema separado debe ser tratado uno por uno. Uni¬camente cuando un problema es removido, puede pre¬pararse el camino para descubrir y erradicar el siguiente que es todavía más profundo

Esta obra progresiva está bien descrita en las pa¬labras de A.T. Jones como sigue: "Si el Señor nos ha revelado pecados de los que nunca pensábamos antes, eso muestra que El desciende a las profundi-dades y al¬canzará el fondo por fin; y cuando El halla la última co¬sa que no está limpia o impura, es de-cir, que está fuera del armonía con su voluntad y la revela, y nos muestra eso, y decimos, me gustaría tener más al Señor que eso entonces la obra es terminada, y el sello del Dios vivo puede ser estampado en ese carácter" (General Conference Bulletin, 1893, núm. 17, pág. 6 por A.T.

De este modo, mientras marchemos a través de toda la vida, afrontaremos pruebas. Venimos bajo aflicción y tentación, y estas experiencias son designadas por Dios para hacer surgir en nosotros los males escondi¬dos todavía en nuestra naturaleza. La aparición de es¬tas cosas no significa que no hemos nacido de nuevo. Sólo muestra que la obra va más profunda. Por lo tanto, no te desanimes ni desmayes, sino regocíjate y seas fe¬liz, y ores cada día.
Lo que estas pruebas nos revelan si tan sólo pode¬mos fijar la vista en la dirección correcta para ver lo que el Señor desea que veamos' es la vida misma del mal que ocupa ciertas áreas de nuestro carácter todavía. Es esta vida misma la que en el acto más real y literal es quitada de nosotros en la transacción de perdón y lim¬pieza que sigue la rendición de una confesión aceptable es la puerta del santuario. No es solamente la culpa sino el pecado en sí mismo lo que es quitado. La culpa no es el pecado, sino sólo la medida de la responsabili¬dad por el pecado, ambos, el acto de él y la verdad de que tenemos la naturaleza de el dentro de nosotros.

Mientras que llevar "la vida comprometida del pecador" dentro del santuario es la separación del mal de la vida, no obstante, significa también que la culpa es simultáneamente transferida, porque don-de el pecado está, la culpa del pecado estará también. Esto es ver¬dad, pero que la distinción sea mante-nida siempre cla¬ra en mente, porque la vida del pecado es una cosa, y la culpa del pecado es algo dife-rente.
Considérese ahora la palabra usada para describir la vida que se entrega. Es esa palabra com-prometida. ¿Qué significa ella así como se usa en la declaración, "La sangre, que representaba la vida comprometida del pecador, cuya culpa cargaba la víctima, la llevaba el sacerdote al lugar santo y la salpicaba ante el velo?" (Él Conflicto de los Siglos:471).

La frase "la vida comprometida" en el original es "the forfeited life" que significa abandonar; en-tregar la posesión; pasarla a manos de otro. Y la clara verdad es que es absolutamente imposible para ti entregar cual¬quier cosa y al mismo tiempo tenerla todavía. Si tú la tienes, no la has entregado. Si tú la has entregado, entonces ciertamente no lo tienes. En la verdadera religión salvadora, nosotros no esta-mos solamente tratan¬do con un juego de palabras. Estamos tratando con realidades. Lo que el individuo abandona o entrega, es entregado en las manos del sacerdote que la transfiere al santuario, en el acto real.

Pero a este punto es vital que nuestro Sumo Sacer¬dote no quitará nada de nosotros por fuerza. El no ejer¬cerá la mínima presión. Debe ser entregada, rendida y abandonada únicamente por una acción voluntaria e inteligentemente.
"En la obra de la redención no hay compulsión. No se emplea ninguna fuerza exterior. Bajo la in-fluencia del Espíritu de Dios, el hombre está libre para elegir a quien ha de servir. En el cambio que se produce cuan¬do el alma se entrega a Cristo, hay la más completa sensación de libertad" (DTG:431). Así que debe ser voluntario. Si existe la más mínima adhesión a ese pecado, la más leve reten¬ción de él, el menor deseo de abandonarlo, entonces Jesús no lo tomará de ti por la fuerza. Tú regresarás otra vez sin perdón y limpieza. Regresarás del santuario exactamente como fuiste a él. Entonces ores para que el Señor obre en tu obstinado corazón y lo haga de buena voluntad hasta que puedas hallar que tú mismo vienes ansiosamente a entregar esa vieja vida pecado¬ra. "Por nosotros mismos no podemos someter a la vo¬luntad de Dios nuestros propósitos, deseos e inclina¬ciones; pero si estamos dispuestos a someter nuestra voluntad a la suya, Dios cumplirá la tarea por nosotros, aun 'refutando argumentos, y toda alti-vez que se levan¬ta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Corin¬tios 10:5)" (El Discurso Maestro de Jesucristo:120).

Esto nos trae al punto vital de nuestro estudio. ¿Qué está implicado en la confesi6n aceptable? A la luz de lo que hemos aprendido del servicio del santuario, esta¬mos ahora en la capacidad para enten-der la respuesta a esa pregunta. Porque es completamente evidente que lo que está implicado no es so-lamente un reconoci¬miento de lo que hemos hecho sino de lo que nosotros somos. Aun cuando eso no es todo, porque si nuestra confesión no va más allá de un pleno reconocimiento de lo que hemos hecho y de lo que somos, tenemos todavía esa vida en nosotros. No sólo debemos recono¬cer su presencia, sino debemos definitiva y positiva¬mente darnos a nosotros mismos en las manos de Cris¬to para que El pueda llevar ambas cosas, la culpa y la pecaminosidad, y ponerlo todo en el santuario. Ni aún esto es todo. No s6lo debemos dar todo. Nosotros de¬bemos recibir todo.

Como fue citado anteriormente, pecar durante toda una vida es segura evidencia que cualquier mal en no¬sotros s6lo puede producir una corriente de pecado, y que si dejáramos de pecar, debíamos tener una vida muy diferente de la antigua vida mala. Cuando hemos confesado lo que hemos hecho y lo que nosotros somos, entregando en las manos de Jesús todo esto, y por su gran poder El lo ha quitado de nosotros en hecho real y lo ha puesto en el santuario, entonces somos dejados limpios, o como Jesús dijo con rela¬ción a una cierta mujer - desocupados, barridos y adornados. Véase Mateo 12:43-45. Como tal, so¬mos un vaso que puede ser reocupado por aquellos otros siete demonios si el Señor no nos llena de una nueva vida la cual tiene poder para resistir la tentación.
Así que leemos en Palabras de Vida del Gran Maes¬tro, págs. 345, esta hermosa declaración: "La religión de Cristo significa más que el perdón del pecado; signi¬fica la extirpación de nuestros pecados y el henchimiento del vacío con las gracias del Espíritu Santo".

Léase otra vez esas palabras muy cuidadosamente y véase cuán claramente se nos dice que la obra de Cristo no es solamente quitar nuestro pecado, sino llenar el vacío de este modo hecho, con las gracias del Espíritu Santo. Otra declaración revela como sigue: "Qué está haciendo Cristo en el cielo? El está intercediendo por nosotros. Por su obra, los umbrales del cielo son ilumi¬nados con la gloria de Dios la cual brillará sobre toda alma que abra las ventanas del alma hacia el cielo. Cuando las oraciones de los sinceros y contritos ascien¬den al cielo, Cristo dice a su Padre, 'Yo tomaré sus pe¬cados. Que ellos permanezcan delante de ti inocentes'. Cuando El quita el pecado de ellos, llena sus corazones de la glo-riosa luz de la verdad y amor" (SDA Bible Commentary, tomo 7, pág. 930).

Una verdad muy importante que debemos aprender y tenerla clara en nuestra mente es la traída a conside¬ración en estas declaraciones. En la ilustración de la puerta del santuario nosotros vemos que la vida misma del pecador, la cual era la causa de todo su problema, es extirpada y separada de él, y en hecho real, puesta en el santuario. Y aquí en Palabras de Vida del Gran Maestro la palabra usada para describir el resultado después que el pecado ha sido separado es la palabra "vacía'. Vacío significa un espacio vacante, y se aplica usualmente a un lugar que ha sido desocupado por la remoción de cualquier cosa que ocupaba antes ese sitio particular. En realidad es imposible decir que tú tienes un vacío en un receptáculo mientras cualquier cosa permanece en él, aun el aire mismo. El Señor quita tan com-pletamente de nosotros ese aspecto particular de nuestra vida pecadora la cual descubrimos, nos arre-pentimos y la confesamos, que la única palabra que puede describir el resultado es la palabra "vació”.

A ese punto puede ser verdaderamente dicho que fuimos limpios de toda iniquidad la que confe-samos y entregamos en las manos del Señor. Con gozo y re¬gocijo, El ha quitado todo, y lo ha guardado con seguri¬dad. Pero El no se detiene allí. No es suficiente separar la vieja vida. No podemos ser dejados "desocupados, barridos, y adornados", porque no regrese el espíritu malo con otros siete de sus segui-dores peores que él y ocupe el vació, de modo que, el último estado sea peor que el primero.

Cristo anhela ver su propia imagen allí y no dará al enemigo la oportunidad de regresar otra vez. Exacta¬mente como El quita la vieja vida, así pone es su lugar la gracia del Espíritu Santo. Nótese de nuevo los térmi¬nos en Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 345. "Significa la extirpación de nues-tros pecados y el hen¬chimiento del vacío con las gracias del Espíritu Santo".
Piénsese del poder y la gloria de lo que eso significa, porque, "El Espíritu Santo es el aliento de la vida espiri¬tual. El impartimiento del Espíritu es el impartimiento de la vida de Cristo. Comunica al que lo recibe los atributos de Cristo' (DTG:745). "Esa vida producirá en nosotros el mismo carácter y mani-festará las mismas obras que manifest6 en él"(El Discurso Maestro de Jesucristo:68).

Con cuánta frecuencia hemos oído hablar de estas cosas sin haber conocido por nosotros mismos la reali¬dad de la experiencia descrita. Y justamente aquí de¬seamos testificar que de lo que se habla en estas decla¬raciones no es una suposición, sino realidades vivien¬tes, y si tú quieres ser salvo al final, debes venir al lugar de tu experiencia donde conozcas que ellas son muy reales en verdad.

Es obvio que las gracias del Espíritu Santo sólo puede venir a la vida donde el vacío ha sido hecho. La nueva vida no entra para tener parte con la vieja vida que se mantiene acorralada. Ella entra sólo después que la erradicación de la vieja vida ha hecho espacio para ella. De este modo, nuestra cita dice, "y el henchimiento del vacío con las gracias del Espíritu Santo'. Leamos más en Palabras de Vida del Gran Maestro. "Significa ilumina¬ci6n divina, regocijo en Dios. Significa un corazón des¬pojado del yo y bendecido con la presencia permanente de Cristo. Cuando Cristo reina en el alma, hay pureza, li-bertad del pecado. Se cumple en la vida la gloria, la plenitud, la totalidad del plan evangélico".

No cometamos el error de sacar la conclusión de que esas palabras "la gloria, la plenitud, la tota-lidad del plan evangélico" están destinadas a transmitir la idea de esa completa y absoluta santidad que ha de ser obteni¬da en la primera experiencia de confesión, para que uno nunca peque y nunca necesite confesarse otra vez. Al comparar pasaje por pasaje y entender el proceso de santificación y el servicio del santuario como nosotros lo hacemos, vemos claramente que estas palabras sig¬nifican exactamente esto, no menos o no más, que la gloria, la plenitud, la totalidad del plan del evangelio es, cumplido en la vida al grado que vimos la pecaminosidad de nuestra naturaleza y a i n o a con esa o correctamente, fuimos limpios de esa pecaminosidad. Significa también que, donde la vieja vida estaba, la vi¬da misma de Cristo es impartida a nosotros por el po¬der del Espíritu Santo.

Pero es muy importante que al grado que la obra es consumada, ella es completa. "La santidad encuentra que no hay nada más que requerir" (Palabras de Vida del Gran Maestro:127). Por ese pecado haber si¬do confesado de acuerdo con la confesión aceptable, la obra de limpieza es completa, el pecador es limpio de toda su iniquidad en esa cosa. En el lenguaje más claro posible la palabra de Dios lo dice así. Por lo tanto, mientras que hay todavía futuras limpiezas, total y ple¬na confesión y arrepentimiento de pecados para ser vistos todavía, no habrá más limpieza en el creyente por esta pecaminosidad, ésta se empeñó al pecado que ha sido confesado. No puede ser, porque nadie puede sa¬ciar la plenitud, ninguno puede completar la totalidad, ni puede perfeccionar perfección. Esto no es decir que Satanás no tomará ventaja de las antiguas ideas y teo¬rías para desarrollar otra vez malos sentimientos y ma¬los espíritus en nosotros. Ni esto niega el hecho de que pueda con éxito generar nuevos problemas, pero ha de ser entendido que los nuevos problemas no serán los viejos restaurados, porque ellos han sido quitados en el servicio de la confesión aceptable.

Nótese que cuando el Señor quitó el espíritu de riva¬lidad de sus seguidores, sin ser habilitado para cambiar entonces sus ideas y teorías equivocadas, fue dejado en ellos lo que causaría problema más tarde otra vez. El problema vino a ellos cuando, en el Getsemaní y en la prueba de Jesús, se hallaron a sí mismos bajo tremenda tentación. Debido a la perplejidad surgiente de sus conceptos equivocados lo cual no pudo ofrecer explicación por el cambio de eventos, ellos cayeron en pecado otra vez, pero esto no fue ahora el espíritu de rivalidad que apareció. Antes, fue el espíritu de temor.

Esto no debe ser entendido significando que las ma¬nifestaciones anteriores del espíritu de rivali-dad no po¬día aparecer en ellos otra vez, porque esto había sido enteramente posible. Pero, no habría si-do la pecamino¬sidad misma, sino una reinfección de la clase misma de pecado. Para hacer este punto claro, sea dada conside¬raci6n a la limpieza por Cristo del leproso.

Cuando el Salvador sano al pobre suficiente, ningún rastro de la enfermedad permaneció en él. Fue tan lim¬pio de ella como si nunca hubiera estado enfermo. Es verdad que en este caso, "... la gloria, la plenitud, la totalidad del plan evangélico" se cumplió en su vida.
Pero, mientras es poco probable, esto no significa que él no podía llegar a ser un leproso otra vez. El esta¬ba viviendo en un mundo contaminado con los gérme¬nes de lepra que estaban continuamente buscando reinfectarlo con la enfermedad otra vez. Si hubieran te¬nido éxito, como probablemente lo habrían hecho si él perdía su fe y abandonaba su obediencia, habría sido un leproso otra vez. El peligro estaba siempre presente, por cuya raz6n Cristo instruyó a quienes sanaba que se fueran y no pecaran más, para que no viniera sobre ellos una cosa peor.
Si esto iba a suceder, no habría sido porque Cristo hubiera dejado parte de la antigua enfermedad allí, porque su limpieza fue completa. En cambio, habría si¬do una reinfección.

Lo mismo es verdad del problema espiritual. Cuando Cristo sana de la pecaminosidad, no des-cansa con¬tento con una obra parcial, sino erradica todo rastro del mal para que el pecado no esté más allí. Toda aparición del mal idéntico es una reinfecci6n, no el brotamiento del mal mismo de la fuente anterior.

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Mensaje por Admin Mar Ene 25, 2011 9:29 am

Nosotros podemos regocijarnos al ver que el tiempo vino cuando ellos fueron finalmente librados aun de la idea misma a la base de todo eso. Nunca los hallamos otra vez fracasando bajo esos proble-mas.

Muchos están aguardando que una gran obra sea hecha en el futuro la cual los librará del poder del peca¬do en la vida. Adoptar esto es la más peligrosa posición, porque semejante obra no será hecha en el futu¬ro, cuando la totalidad del poder de limpieza del Espíritu está disponible justamente ahora. "El Señor quiere que los suyos sean sanos en la fe: que no ignoren la gran salvación que les es tan abundantemente ofrecida. No han de mirar hacia adelante pensando que en al¬gún tiempo futuro se hará una gran obra a su favor, pues ahora es completa la obra" (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 462).

Así es que si tú vienes al santuario y confiesas no so¬lamente lo que has hecho sino lo que eres; entregando a Jesús la vida misma de pecado con la que viniste para recibir de El la nueva vida comple-tamente diferente, saldrás de ese santuario no con el carácter mismo con el que fuisteis. En esas áreas donde la limpieza ha sido efectuada, serás una persona del todo diferente. En esas áreas, eres una per-sona totalmente distinta y tan completamente opuesta, que la tentación no hallará respuesta mientras por la fe permanezcas como el po¬seedor de ese bendito don. Aprenderás por experien¬cia que la tentación por fuera, la cual antes hallaba una respuesta muy rápida, ahora nada hallará. Aprenderás por ex-periencia la verdad de esas maravillosas palabras de la Escritura. "Mucha paz tienen los que aman tu ley; y no hay para ellos tropieza' (Salmo 119:165).

Algunos imaginarán que esto significa que nosotros ahora somos libres de tentación, y no pode-mos caer otra vez en pecado en esa cosa particular. No, esto no es verdad. Llévese en mente que eso fue a Eva en el jardín del Edén que no tenía ninguna inclinación al mal, ningún rasgo de pecaminosidad, ninguna lascivia, y el diablo trajo sus tentaciones con tal astucia y poder como para causarle su caída. Por lo tanto, aun cuando nosotros hayamos sido completamente limpiados de cierta inclinación al mal, el diablo tiene todavía mane¬ras y medios para tentarnos y probarnos. Habrá batallas para ser peleadas y conflictos para entrar no la lucha de uno buscando ganar la victoria sobre el diablo, sino de un esfuerzo por mantener la victoria que nos ha sido dada como un don desinteresado de Dios.


Para entender mejor esto, un estudio detallado de las tentaciones de Jesús es de gran valor, pero no tene¬mos el espacio en este libro para hacer eso.
Por ahora, consideraremos lo que sucede cuando el hombre limpio regresa a sus ocupaciones co-munes de la vida. Está demás decir, pero el diablo lo afrontará en el camino y buscará con toda su ini-cua astucia impo¬nerle sus tentaciones así como lo ha hecho muchas ve¬ces en el pasado. Ahora la tenta-ción es un punto de elección en el cual él decidirá si permanece con el Se¬ñor o si cambia de rumbo para estar con el diablo.
Si sabemos con simple y viva fe que el Señor quebrantó el poder del pecado al quitar la vida misma de pecado de nosotros, y que decisivamente nos alejamos del diablo y su tentación, para hacer la cosa correcta, entonces él es forzado a huir de nosotros, y luego seguiremos nuestro camino regociján-donos con pleno gozo en la seguridad y el poder del Evangelio de Cristo Jesús.

Es obvio que un hijo de Dios que tiene luchas con su problema de pecado y, voluntaria y final-mente lo entrega, no va a hacer una simple decisi6n para colo¬carse al lado del diablo, ni necesita venir bajo su domi¬nio una ves. "No es necesario que elijamos delibe¬radamente el servicio del reino de las ti-nieblas para pa¬sar bajo su dominio. Basta que descuidemos de aliar¬nos con el reino de la luz. Si no co-operamos con los agentes celestiales, Satanás se posesionará de nuestro coraz6n, y hará de él su morada" (DTG:291).

Así que, si nosotros fallamos en hacer una definida y positiva decisi6n para el Señor en la hora de tenta¬ción, realmente haremos una decisión para el diablo. La falta de hacer una decisi6n por lo correcto, es fallar en ejercer la voluntad de lo cual depende todo a este punto. El resultado será que el gran poder de Dios que está en nosotros será ¡rehabilitado para obrar nuestra salvación, y la carne estará libre para manifestarse a si misma en hechos malos. El pecado aparecerá otra vez en la vida, por lo cual hay necesidad otra vez de hacer una confesión aceptable. Esto tiene que ser hecho de igual manera que antes porque la falta de hacer la deci¬si6n correcta ha dado al diablo la oportunidad de de¬sarrollar la vida de un espíritu malo en nosotros y esto debe ser limpio como antes. Al ser vencidos por el diablo no sig-nifica que hemos perdido nuestra vida eterna. Ella es retenida, a menos que deliberadamente rechace-mos arrepentirnos cuando el pecado nos es mostrado. Es también importante entender que la aparición del pecado en la vida de¡ cristiano, no es prueba de que él no fue previamente perdonado y limpio de ese pecado. En ninguna manera. Nunca puede ser pensado que un cristiano no puede cometer pecado. Recuérdese que fue el perfecto Lucifer en el cielo quien se llenó de orgullo, y que fue la perfecta pareja en el Edén que asimismo cayó en pecado. Entonces, cuánto más existe hoy el peligro real de que noso-tros, con nuestra debilidad de poder físico, mental y moral, po¬damos caer en tentación.

Ni tampoco significa que nosotros vamos a estar res¬balando y cayendo, pecando y confesando todo el tiempo. Antes, tú hallarás que el diablo no tiene poder sobre ti, y en muchas cosas estarás tan sellado contra ese pecado, que ciertamente no lo cometerás otra vez. Y conocerás que no hay necesidad de pecar, porque el poder del Evangelio es inmensurablemente más grande que el poder del diablo.

Para hacer clara la diferencia, en una forma práctica, entre confesión aceptable y una confesión que no es aceptable a Dios, sea hecha una comparación entre las dos formas por las cuales un hombre puede venir delante de Dios
El caso ya fue establecido de un hombre que hace una confesión aceptable. Tómese ahora el caso de un hombre que viene como la vasta mayoría de la gente viene a Dios para el perdón. En la iglesia donde él es un miembro, se le ha predicado vez tras vez la necesi¬dad de dejar de hacer lo malo, sin habérsele enseñado que él hace lo malo debido a un problema básico e inte¬rior, incluso una vida de mal. El sabe que hay malas acciones en su vida, y una convicción real se posesiona en su corazón de que estas cosas son malas, y que ne¬cesita ser perdonado. Así que, él viene al Señor, se postra en oración y confiesa honestamente lo que ha estado haciendo, y reconociendo que eso es pecado, suplica al Señor para que lo perdone con la solicitud de que el Señor lo ayude para no cometerlo otra vez.

Es visto en el instante que en toda esta confesión nin¬guna mención fue hecha de lo que el pro-blema real es. La concentración entera fue hecha entorno a lo que él ha hecho, sin ningún reconoci-miento al hecho de que el problema real es lo que él es. Mientras confiesa aquello que realizó odiosa-mente contra su hermano, no ha hay un espíritu de odio dentro de Él; no ha confesado al Señor que él realmente es un rencoroso por naturaleza, y por lo tanto un homicida.
Si aún no ha reconocido la existencia del problema real lo cual es esta vida en él, ¿podría posi-blemente en¬tonces haberla ofrecido al Señor para que la quitara de él? Es evidente que esto es imposi-ble.

Si él no la ofreció al Señor para que la alejara de el, ¿puede el Señor quitarla? Lo más probable es que no, porque el Señor nunca quitará una cosa de nosotros por el hurto o por fuerza. Nosotros debemos saber lo que nuestro problema es, decidir si lo deseamos o no, y luego debemos realmente ofrecerlo al Señor antes de que lo tome de nosotros. Mientras es verdad en virtud de creación y redención que el Señor se adueña de no¬sotros, sin embargo, El no nos fuerza a someternos a su autoridad. Este hecho está ilustrado en su trato con Adán y Eva. Cuando Dios les dio dominio sobre el mundo, este dominio no era exclusivamente suyo sino era para ser mantenido sujeto a la autoridad suprema de Dios. Cuando ellos decidieron no reconocer la po¬sesión de Dios sobre todas las cosas, El no los forzó pa¬ra que le obedecieran, sino que les permitió la libertad para actuar contrario a sus advertencias e instruc¬ciones. Asimismo, Dios no nos forzará para que le de¬mos nuestros pecados que son justamente suyos por re-dención, sino que aguarda nuestra obediencia volun¬taria a sus consejos y advertencias.
La única Persona que puede quitar el mal de nuestra vida es el Señor nuestra justicia. Así que, si el camino no está abierto para El quitarlo, ¿dónde permanecerá ese pecado? A pesar del hecho de que el hombre ha hecho una confesión, ese pecado está todavía en él co¬mo si nunca lo hubiera confesado. Está allí, no porque él haya fallado en hacer una confesión, sino porque ha fallado en hacer una confe-sión aceptable.

Si el pecado está todavía en ese hombre, entonces él regresará de la confesión exactamente la misma persona como cuando salió a esa confesión. La mis¬ma vida mala está en él, de modo que cuando la tentación venga, hallará solamente la reacción misma más fuerte, porque el pecado ha sido cometido antes. Cada vez que se comete pecado, vigoriza su poder en la vida, precisamente como un músculo se de¬sarrolla más fuerte cuando es ejercitado. De este mo¬do, él cae en el pecado idéntico otra vez, viene y se arrepiente, vuelve a cometer el pecado, y se arrepien¬te otra vez. En la naturaleza misma de la clase de con¬fesión inadecuada que ha hecho, con el fracaso de llegar hasta la raíz del problema, es la garantía de que su experiencia será y no puede ser otra cosa que una de pecado y arrepentimiento, pecado y arrepenti¬miento vez tras vez, año tras año en el pecado mismo, hasta que él finalmente aprende el poder de la confe¬si6n aceptable.

El resultado final del fracaso de confesiones es la de¬generación en una religión que no es más que una for¬ma sin vida. El pobre pecador viene y acepta la idea de que la vida cristiana es una de derrota constante de lo cual no puede esperar ninguna liberación en esta vida. Peor que todo es su creencia, como se le enseñó por sus maestros, de que es perdonado y tiene la seguridad del reino, cuando en hecho, ni es perdonado ni está lis¬to para el reino. Ha sido demostrado que esta clase de confesión no produce limpieza y por lo tanto tampoco produce perdón.
Es más importante ver que este tipo de confesión no es aceptable al Señor porque El simplemente decretara ser esa la manera, sino porque, en la naturaleza misma del caso, la forma en la cual el hombre ha hecho su con¬fesión, hace imposible al Señor hacer lo que necesita ser hecho.

En el comienzo de este estudio fue establecido que en la naturaleza misma de las cosas el Señor no se atreve a perdonar a una persona si al mismo tiempo no puede limpiarla. Valdría la pena ver a este punto el porqué.
Considérese el caso de un hombre que ha dedicado todo el tiempo de su vida confesándose como ya fue bosquejado, sin ser tal la confesión en cuanto a quitar de él, la pecaminosidad real en sí misma. Este hombre cree que su pecado ha sido perdonado, y si esto es así, entonces ciertamente no está bajo condenación por ese pecado, y no puede ser castigado por él. Así que tene¬mos la situación donde el hombre ha sido perdonado, mientras que al mismo tiempo tiene todavía en él el pe¬cado real por el que ha sido perdonado.

Entonces viene al gran día del juicio, los libros son abiertos, y el Señor ve que hay todavía pecado en este hombre. Es pecado conocido porque él lo ha confesa¬do vez tras vez, pero a causa de la con-fesión no haber incluido la pecaminosidad en sí mismo, ella ha perma¬necido en él. Y siendo que el san-tuario está cerrado cuando el día del juicio llega, no hay manera ahora por la cual el pecado puede ser quitado de este hombre. Por lo tanto, debe permanecer con él para siempre, de modo que por doquiera que va, el pecado debe ir tam¬bién. Si él es llevado al cielo, el pecado tiene que entrar con él allí. Nada más es posible.

El Señor no puede admitir el pecado de regreso en el cielo. Por lo tanto, El no puede admitir a es-te hombre en el cielo bajo ninguna circunstancia. Pero si el Señor hubiera dado a este hombre un perdón por los peca¬dos, se habría hallado en una increíble dificultad. Ha¬biendo otorgado el perdón por los pecados, el Señor no podría legal y justamente mantener al hombre fuera del cielo, mientras que por otra parte, seria completa¬mente injusto para el resto del universo si admitiera a ese hombre con sus pecados. Recuérdese que aquí es dada consideración al hombre que había confesado lo que había hecho, creía que había sido perdonado sin su experiencia de la limpieza la cual habría sido el resul¬tado de haber confesado también lo que él es. Nosotros estamos buscando entender el dilema de la posición de Dios si debiera otorgar perdón cuando el hombre no había sido limpiado. Necesitamos ver que eso habría si¬do una situación imposible para la cual no habría nin¬guna solución. El Señor es demasiado sabio para per-mitir que tal cosa se desarrolle.

Sin embargo, si el Señor es cuidadoso de no otorgar un perdón hasta que la persona tenga también la lim¬pieza de la pecaminosidad interior, entonces no hay ningún problema. El gran día del juicio viene y los libros son abiertos. Estos libros revelan que el individuo en examen ha suplicado y recibido el perdón del pecado y su limpieza real. De este modo, no hay pecado con el que tiene que ir por don-dequiera él va, de manera que, está perfectamente seguro y preparado para ser llevado al cielo. El Señor debe llevarlo al cielo porque le ha perdonado sus pecados, y puede llevarlo porque el pecado no está más en él.

Entonces, un entender de los problemas asociados con el perdón sin la limpieza, claramente mos-trará que es imposible para Dios perdonar sin limpiar, que no tendría ningún sentido hacerlo, y que se colocaría a si mismo en una posición para la cual no habría ninguna solución.
De igual manera, el estudio muestra por qué la lluvia tardía no ha venido todavía sobre la iglesia que la espe¬ra. La lluvia tardía viene como resultado de la plenitud del Espíritu obrando en la vida. Pero, antes que el Espíritu Santo puede obrar por medio de la persona, El de¬be primero que todo obrar en la persona y luego morar en ella.

El primer trabajo del Espíritu es obrar en la persona por fuera como un convencedor del pecado. Unica¬mente cuando esto es hecho hasta el punto de que la persona hace una verdadera confesión acep-table, puede el Espíritu morar en ella. Cuando el Espíritu mo¬ra en la persona por primera vez, es el primer henchi¬miento del Espíritu cuando llena el vació hecho por la limpieza de la vida pecaminosa la cual estaba allí antes. A medida que el tiempo transcurre, el Espíritu entra al individuo más y más mientras la obra de limpieza conti¬núa más profunda todavía.

Solamente en quienes el Espíritu mora, pueden ser usados por el Espíritu para dar un testimonio por el Evangelio. En la revelación de este testimonio, el Espíritu Santo fluye por medio de¡ individuo, y este es el as¬pecto del ministerio del Espíritu que es más comúnmente enseñado como siendo el henchi-miento del Es¬píritu. Pero, la nueva vida en el alma es el henchimiento básico del Espíritu, mientras lo otro es efusión.
El derramamiento de la lluvia tardía es la plenitud del henchimiento que hace posible la efusión consecuente. Pero esa plenitud no viene a menos que haya habido una sucesión de henchimientos pre-vios a éste. Pero si la persona nunca ha tenido el primer henchimiento, ¿cómo puede tener la plenitud de él? Y si nunca ha aprendido la confesión aceptable, ¿entonces cómo puede tener aun ese primer hen-chimiento?

En 1888, el Señor por medio de sus siervos Waggo¬ner y Jones ofreció a la iglesia el camino de la confesión aceptable, pero ellos no la quisieron tener, y por años han anhelado la lluvia tardía, cuando no tienen el men¬saje que les hubiera traído aun las primeras limpiezas. Esto siendo así, ellos ciertamente no pudieron recibir la plenitud del Espíritu en la lluvia tardía. Pero cuando ha¬ya un pueblo sobre esta tierra que ha aprendido la con¬fesi6n aceptable y, conociendo eso, marche de victoria de limpieza en victoria de limpieza, entonces la lluvia tardía vendrá en buen tiempo y la obra por fin será ter¬minada.

Entonces reiteremos la grande y solemne verdad que si la confesión implica cualquier otra cosa menos que un conocimiento de eso, y una entrega de lo que hemos hecho y lo que somos, y un simple recibimiento por fe de los atributos vivientes de la justicia de Cristo en el vacío de este modo hecho, entonces no tenemos ningún tesoro; no tenemos salvación; ni aun tenemos el perdón del pecado.

Leyendo de Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 84, leemos estas palabras: “"El que no na-ciere otra vez no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Puede conjeturar e imaginar, pero sin el ojo de la fe no puede ver el tesoro. Cristo dio su vida para asegurarnos este inestimable tesoro; pero sin la re-generación por medio de la fe en su sangre, no hay remisión de pecados, ni tesoro alguno para el alma que perece".

Esta declaración repite claramente el mensaje de 1 Juan 1:9 que con claridad enseña que sin lim-pieza no puede haber perdón. Por consiguiente, Juan 3:3 dice que sin regeneración que no es más que el recibimiento de la nueva vida en lugar de la antigua, entonces no hay remisión de pecado; ni tesoro para el alma que¬ perece.

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