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Alonso T Jones-la Unión de Iglesia y Estado

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Mensaje por Admin Lun Mayo 24, 2010 12:18 pm

Por los hechos más memorables y las incuestionables experiencias en el caso del rey Nabucodo-nosor y los tres jóvenes hebreos, fue hecho claro para siempre que la verdad y el principio divino que está en la religión del pueblo, ningún monarca puede por derecho hacer nada; que en la presencia del derecho de individualidad en religión, la palabra del rey debe cambiar.

Por hechos y experiencias correspondientes en el caso del gobierno de Media y Persia contra Da-niel, quedó claro por siempre la voluntad divina, la verdad y el principio que está en la religión del pueblo que, no hay ley, ni gobierno por medio de ley que pueda por derecho hacer nada, que en la pre-sencia del libre ejercicio de individualidad en religión, cualquier ley tocante a la religión, no tiene valor. Y cada individuo ignorando; o desconociendo tal ley es “inocente” delante de Dios y tampoco hace daño al gobierno, ni a la ley, ni a la sociedad.
Estos dos ejemplos y los principios que ilustran contemplan cada fase del gobierno terrenal como tal; y así se hace manifiesta la grandeza y verdad vital que la religión con sus ritos, instituciones y cos-tumbres, está totalmente excluida y está exenta del conocimiento del gobierno terrenal en cualquier fase o forma; esa religión con todo eso es concomitante; pertenece al individuo solo en sus relaciones personales con Dios.
Pero hay otros medios a través de los cuales el hombre ha buscado dominar al hombre en el reino de la religión, esto es por la iglesia a través del estado.
El pueblo que ha sido llamado a salir y a separarse del mundo para servir a Dios, es su iglesia en el mundo. Cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto, fue primero “la iglesia en el desierto”, y después fue la iglesia en la tierra de Canaán.
Por su terquedad, dureza de corazón, y su alucinación mental, ellos tristemente perdieron de vista el gran propósito de Dios considerado para ellos como su iglesia. Aún en la bondad y misericordia de Dios “permanecieron con sus costumbres en el desierto” y en la tierra siglo tras siglo. De este modo a través de muchas vicisitudes aquel pueblo continuó como su iglesia, hasta cuando Cristo vino a la tie-rra. Y por este tiempo esta iglesia fue heredera de las promesas más gloriosas de un vasto reino y do-minio.
En el tiempo cuando Cristo vino a la tierra como hombre, el dominio y poder de Roma mantenía al pueblo en una sujeción temporal, severa y cruel, y ellos demandaban la aparición del Libertador prometido. Este Libertador había sido abundantemente prometido, hasta que por fin vino. Pero los líderes de la iglesia habían permitido a su ambición mundanal ocultar sus ojos de la espiritualidad del reino y del dominio que se había prometido y buscaban este logro terrenal y habían enseñado al pueblo que pronto vendría un libertador temporal que los haría libres del yugo de Roma, quebrantaría su poder y exaltaría a la iglesia del pueblo escogido a una posición de poder y dominio sobre las naciones, seme-jante al que había sido mantenido sobre ellos.
Cuando por primera vez apareció Jesús en el ministerio público, éstos, principales de la iglesia acudieron con las multitudes para oírlo, y lo escuchaban con interés y tenían la esperanza de que El sa-tisfaría sus aspiraciones. Pero cuando vieron el entusiasmo y el excitamiento de la multitud, llegaron hasta el punto de que “iban a venir para apoderarse de El y hacerle rey”; y cuando vieron que Jesús en cambio de aceptar el honor o estimular el proyecto “se volvió a retirar”, y vieron que todas sus ambi-ciones y esperanzas de ser libres de Roma y exaltados sobre las naciones, eran vanas en lo que a Jesús concernía.
Pero por este tiempo la influencia de Jesús se había extendido tanto que los líderes de la iglesia vieron que su poder sobre el pueblo disminuía rápidamente. En lugar de ver sancionado sus planes ambiciosos y la esperanza del dominio y poder terrenal, vieron con desánimo que la fuerza e influencia que habían tenido sobre el pueblo era ahora incierta; y esto por un hombre que surgía de la oscuridad, que venía de una ciudad de la más baja reputación, y que era sólo un miembro común de la iglesia. Al-go debía ser hecho para preservar su posición y dignidad. Definitivamente era tarde para impedirle predicar o enseñar. Por este tiempo, ellos sabían muy bien que no solamente El, sino las multitudes mismas no prestarían atención a tal prohibición. Pero había una salida, un medio por el cual mantener su posición y dignidad y ejercer su poder sobre El y sobre el pueblo. En su modo de pensar y en su disposición era un asunto muy fácil de hacer, no solamente por el prestigio, sino por la misma existencia de la iglesia y aún de la propia nación. En consecuencia ellos dedujeron, “si le dejamos así, todos creerán en El; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” y “así que, desde aquel día, acordaron matarle.” Juan 11: 48-53.
Pero como eran súbditos de la autoridad romana, no era lícito para ellos matar. Entonces para realizar su propósito debían obtener permiso del gobierno, o de la autoridad civil, no importaba que esta autoridad fuera romana, autoridad que ellos odiaban por sobre todas las cosas y que no la reconocían; todo esto debía olvidarse ante la alternativa de ver desvanecerse la posición y dignidad que la iglesia tenía.
Los fariseos y los herodianos estaban en la iglesia en posiciones opuestas. Los herodianos fueron llamados así por ser partidarios de Herodes. Fueron los defensores de Herodes en su posición de rey de Judea, pero como él fue rey solamente por nombramiento directo de Roma y fue sostenido como tal por el poder de Roma, cualquiera que quisiera ser partidario y defensor de Herodes, tenía que ser partidario y defensor de Roma.
Los fariseos eran exclusivamente los justos de la iglesia. Estaban extremadamente de parte de la iglesia. Como tales eran los conservadores de la pureza de la iglesia, los representantes de la verdadera lealtad a Dios y de la antigua dignidad del pueblo escogido. Fueron también los más inflexibles disi-dentes de Roma y con todo lo que tenía que ver con Roma.
Pero los fariseos considerándose rectos y de importante dignidad, fueron los más intransigentes con Cristo, hasta el punto de determinar destruirlo. Para ejecutar su propósito de destruirlo, ellos deb-ían tener la cooperación del poder secular, que era solamente el romano. Entonces, para lograr su propósito contra Jesús, disimularían su odio a Roma y utilizarían para su propósito contra Jesús, ese mismo poder de Roma del cual ellos eran los grandes opositores.
Los medios por los cuales inmediatamente podrían cruzar el abismo que los separaba de Roma, y les aseguraría el poder secular, era operando junto con los herodianos. Estos como se oponían menos a Jesús que los fariseos estuvieron listos para la alianza y mediante ello, el partido político sería uno con los fariseos y la influencia y el poder estarían a la cabeza de los líderes de la iglesia. Esto les daría la certeza del uso de los soldados, lo cual debían tener si realmente garantizaban estar en su abierto mo-vimiento contra Jesús.
Esta alianza fue hecha y se formó la conspiración: “Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra El para destruirle” Marcos 3:6.
“Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron a los discípulos de ellos con los herodianos,” “Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra, para entregarle al poder y autoridad del gobernador.” Mateo 22:15-16; Lucas 20:20. Y ese gobernador era Pilato de Roma.
Y cuando finalmente llegó el momento de aquella terrible hora cuando Judas “y con él mucha gente con espadas y palos” vinieron al Getsemaní y eran “los principales sacerdotes, los jefes de la guardia del templo y los ancianos”, bajo la dirección de “los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo,” le echaron mano y lo prendieron.
Y habiéndolo tomado, lo llevaron primero a Anás, éste lo envió a Caifás y éste a Pilatos el gober-nador romano. Pilato lo envió a Herodes quien “con sus hombres de guerra”se mofaron de El, le pu-sieron una túnica y lo enviaron a Pilato. Y cuando Pilato lo dejó libre, ellos demandaron su lealtad al César y a Roma, aún por encima de la lealtad de Pilato “Si a éste sueltas no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone.”
Pilato hizo su último llamado, “¿A vuestro Rey he de crucificar?” Solamente para recibir respuesta expresando con palabras su completo abandono de Dios y de su unidad con Roma. “No tenemos más rey que César” “Mas ellos instaban a grandes voces, pidiendo que fuese crucificado. Y las voces de ellos y de los principales sacerdotes prevalecieron.”
De este modo se cometió el más horrendo crimen y el pecado más terrible que alguna vez se haya cometido en la historia del universo. Sólo por la unión de la iglesia con el estado. Por la iglesia en el control del poder civil usando este poder para hacer efectivo su perverso propósito y deseo.
Y solamente aquel hecho, es más que suficiente para aventar en perpetua e infinita condenación y consignar la eterna infamia en tales conexiones doquiera por siempre. Y con tal registro desde la misma instancia del asunto, no es del todo extraño que la misma unión de la iglesia con el estado -la iglesia en control del poder secular- hubo experimentado el curso principal para los hombres y las naciones hallado en todos los tiempos subsiguientes.
Está completamente demostrado y es verdad que “el poder civil ha provisto un don satánico para la iglesia”.

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