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Mensaje por Admin Lun Mayo 17, 2010 2:50 am

El peligro de rechazar la luz


Review and Herald, 21 octubre 1890
"Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras". Antes que les hubiese abierto el sentido, los discípulos no habían comprendido el significado espiritual de lo que Cristo les había enseñado. Ahora hace falta que las mentes del pueblo de Dios sean abiertas para comprender las Escrituras. El decir que un pasaje significa justamente tal cosa, y nada más que eso; que no se debe atribuir ningún significado más amplio a las palabras de Cristo del que teníamos en el pasado, es decir algo que no proviene del Espíritu de Dios. Cuanto más andemos a la luz de la verdad, más semejantes a Cristo nos haremos en espíritu, en carácter, y en el carácter de nuestra obra, y la verdad se volverá más clara. A medida que contemplamos la luz creciente de la revelación, se volverá más preciosa de lo que primeramente la estimamos, cuando la oímos o examinamos de forma casual. La verdad, tal cual es en Jesús, es susceptible de expansión constante, de nuevo desarrollo, y lo mismo que su divino Autor, vendrá a hacérsenos más preciosa y bella; revelará constantemente más profundo significado y llevará al alma a anhelar una conformidad más perfecta con su exaltada norma. Una comprensión tal de la verdad elevará la mente y transformará el carácter a su divina perfección.
Todo el sistema de la religión judía consistía en el evangelio de Cristo presentado en tipos y símbolos. Por lo tanto, cuán impropio era para los que vivían bajo la dispensación judía, el rechazar y crucificar a Aquel que era el originador y fundamento de aquello en lo que pretendían creer. ¿Dónde estuvo su equivocación? –Se equivocaron al no creer lo que los profetas habían dicho referente a Cristo, "para que se cumpliese el dicho que dijo el profeta Isaías: ¿Señor, quién ha creído a nuestro dicho? ¿y el brazo del Señor, a quién es revelado? Por esto no podían creer, porque otra vez dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; porque no vean con los ojos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y yo los sane".
No es Dios quien tapa los ojos de los hombres, ni quien endurece sus corazones; es la luz que Dios envía a su pueblo, para corregir sus errores, para llevarlos a caminos seguros, pero que rehusan aceptar; eso es lo que ciega sus mentes y endurece sus corazones. Escogen dar la espalda a la luz, andar obstinadamente en los destellos de su propia iluminación, y el Señor declara positivamente que terminarán en el lamento. Cuando un rayo de luz enviado por el Señor no es reconocido, se produce un entorpecimiento parcial de las percepciones espirituales, y se discierne menos claramente la subsiguiente revelación de luz, de modo que las tinieblas van en constante aumento hasta que se hace la noche en el alma. Cristo dijo, "¿cuántas serán las mismas tinieblas?".
El universo entero está estupefacto al comprobar que los hombres no ven ni reconocen los brillantes rayos de luz que están brillando sobre ellos; pero si cierran sus corazones a la luz, y pervierten la verdad hasta interpretarla como tinieblas, llegarán a imaginar que su propio criticismo e incredulidad es luz, y no confesarán su oposición a los caminos y obras de Dios. Siguiendo un curso como ese, hombres que deberían haber permanecido firmes hasta el fin, colocarán su influencia contra el mensaje y el mensajero que Dios envía. Pero en el día del juicio, cuando se haga la pregunta, ‘¿Por qué os interpusisteis a vosotros mismos, vuestro juicio e influencia, entre el pueblo y el mensaje de Dios? Entonces no tendrán nada que responder. Si abren entonces sus labios, será solamente para constatar que ahora ven la verdad tal como Dios la ve. Confesarán que estaban llenos de orgullo, que confiaban en su propio juicio, y que fortalecieron las manos de aquellos que procuraban derribar lo que Dios había ordenado que se erigiera. Dirán, ‘aunque la evidencia de que Dios estaba obrando era firme, no quise reconocerla; ya que no estaba en armonía con lo que yo había enseñado. No era mi hábito el confesar ningún error en mi experiencia en el pasado; era demasiado terco como para caer sobre la Roca y ser quebrantado. Determiné resistir, y no ser convertido a la verdad. No quise aceptar la posibilidad de estar en un curso de acción equivocado, en el más mínimo grado, y mi luz se volvió en tinieblas’. A los tales se aplican las palabras, "¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Bethsaida! Porque si en Tiro y en Sidón fueran hechas las maravillas que han sido hechas en vosotras, en otro tiempo se hubieran arrepentido en saco y en ceniza".
Cuando el profeta miró a través de las edades, y contempló la ingratitud de Israel al serle mostrada en visión su incredulidad, vio también algo que trajo alegría al corazón, y que le dio un sentido vívido de la bondad del Dios de Israel. Dijo, "De las misericordias de Jehová haré memoria, de las alabanzas de Jehová, conforme a todo lo que Jehová nos ha dado, y de la grandeza de su beneficencia hacia la casa de Israel, que les ha hecho según sus misericordias, según la multitud de sus miseraciones. Porque dijo: ciertamente mi pueblo son, hijos que no mienten; y fue su Salvador. En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó: en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días del siglo". Pero por su propio curso de rebelión, la bendición de Dios hacia Israel le fue retirada. Debió cosechar lo que había sembrado al cuestionar y manifestar incredulidad. Dice el relato, "mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su Espíritu Santo; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos". El Señor no quiera que la historia de los hijos de Israel al dar la espalda a Dios, al rehusar andar en la luz, al rehusar confesar sus pecados de incredulidad y rechazo de sus mensajes, resulte ser la experiencia del pueblo que pretende creer la verdad para este tiempo. Ya que, si hacen como hizo el pueblo de Israel ante las advertencias y admoniciones, en estos últimos días les sucederá lo mismo que les aconteció a los hijos de Israel. El apóstol amonesta, "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años. A causa de lo cual me enemisté con esta generación, y dije: Siempre divagan ellos de corazón, y no han conocido mis caminos. Juré, pues, en mi ira: No entrarán en mi reposo". Viene a continuación la advertencia del apóstol, resonando hasta nuestros días: "Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice Hoy; porque ninguno de vosotros se endurezca con engaño de pecado: porque participantes de Cristo somos hechos, con tal que conservemos firme hasta el fin el principio de nuestra confianza".
La exhortación del apóstol se aplica a nosotros, tanto como a los destinatarios de la epístola. "Temamos, pues, que quedando aún la promesa de entrar en su reposo, parezca alguno de vosotros haberse apartado. Porque también a nosotros se nos ha evangelizado como a ellos". Cristo educó al pueblo en los principios del cristianismo, hablando desde la nube y desde la columna de fuego, de día y de noche; pero no obedecieron sus palabras, y el apóstol nos presenta la consecuencia de su desobediencia, señalando que fueron confinados al desierto debido a su rebelión. Dice, "Porque también a nosotros se nos ha evangelizado como a ellos; mas no les aprovechó el oír la palabra a los que la oyeron sin mezclar fe". ¿Prestaremos oído, nosotros que estamos viviendo cerca del final de la historia de este mundo? ¿Oiremos la advertencia del apóstol, "Temamos, pues, que quedando aún la promesa de entrar en su reposo, parezca alguno de vosotros haberse apartado"? El Señor quisiera que su pueblo confiara en él y permaneciera en su amor, pero eso no significa que no tendremos temor o dudas. Algunos parecen pensar que si alguien tiene un saludable temor de los juicios de Dios, eso demuestra que está destituido de la fe. Pero no es así. El debido temor de Dios, al creer sus amenazas, obra frutos apacibles de justicia, haciendo que el alma temblorosa vaya hacia Jesús. Muchos debieran hoy tener un espíritu tal, y volverse al Señor en humilde contrición, ya que el Señor no ha dado tantas conminaciones terribles ni pronunciado juicios tan severos en su palabra, simplemente para que quedasen ahí escritos. No: quiere decir lo que dice. Alguien escribió, "Horror se apoderó de mí, a causa de los impíos que dejan tu ley". Pablo afirma, "Estando pues poseídos del temor del Señor, persuadimos a los hombres".
Debemos presentar el amor de Dios, y cuando se lo presenta en demostración del Espíritu, tiene poder para romper cualquier barrera que separe a Cristo del alma, a condición de que el pecador se someta a su influencia, y se entregue totalmente a Dios; pero se emite una severa reprensión y denuncia contra aquellos que no quieran ser atraídos hacia Cristo, que no se dejen impresionar por el maravilloso despliegue de su amor. La palabra de Dios declara, "el que no creyere, será condenado". "Procuremos pues de entrar en aquel reposo; que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón". En esas palabras hay algo terrible para los obradores de maldad, y deberían bastar para convencerlos de su autosuficiencia, y hacerles sentir el terror del Señor. Pero la dulce voz de la gracia implora a todo el que quiera oír, diciendo, "He aquí, he dado una puerta abierta delante de ti"; "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo".
Los que tienen fe en los mensajes de Dios lo harán manifiesto en su espíritu, palabras y acciones. No tenemos que pararnos a presentar excusas por la incredulidad; debemos reconocer nuestro error, y ser celosos y arrepentirnos. Dice la Escritura: "Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido".
Cuando el Señor envía luz a su pueblo, significa que éste debe estar atento para oír, y dispuesto para recibir el mensaje. Con gran magnanimidad, espera a que el hombre vuelva en sí. Durante 120 años esperó que la gente del mundo antiguo recibiese la advertencia del diluvio. Quienes rechazaron el mensaje, convirtieron su gran paciencia y benignidad en una ocasión para la burla y la incredulidad. El mensaje y el mensajero vinieron a ser objeto de ridículo. Se criticó y escarneció el celo y fervor de Noé en llamarlos a que se volviesen de su mal camino. Dios no tiene prisa por cumplir sus planes, ya que Él es desde la eternidad hasta la eternidad. Él proporciona luz y abre su verdad más plenamente a aquellos que la recibirán, a fin de que ellos, a su vez, tomen las palabras de advertencia y ánimo, y las den a otros. Si los hombres de reputación e inteligencia rehusan hacer eso, el Señor escogerá otros instrumentos, honrando a aquellos que son considerados como inferiores. Si aquellos que están en posiciones de confianza ponen todo su corazón en la obra, llevarán el mensaje para este tiempo, e impulsarán el avance de la obra; pero Dios honrará a aquellos que le honren.
Hay pastores que pretenden estar enseñando la verdad, cuyos caminos son una ofensa para Dios. Predican, pero no practican los principios de la verdad. Debe ejercerse gran cuidado al ordenar hombres para el ministerio. Debe haber una cuidadosa investigación de su experiencia. ¿Conocen la verdad, y practican sus enseñanzas? ¿Tienen un carácter de buena reputación? ¿Son indulgentes en ligerezas y chistes, en bromas y chanzas? ¿Revelan en la oración el espíritu de Dios? ¿Es santa su conversación, intachable su conducta? Todas esas cuestiones deben hallar respuesta antes de imponer las manos a cualquier hombre que se dedique a la obra del ministerio. Debemos dar oído a las palabras inspiradas, "no impongas de ligero las manos a ninguno". Debemos elevar la norma más de lo que lo hemos hecho hasta ahora, al seleccionar y ordenar a hombres para la sagrada obra de Dios.

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